La #ViolenciaDoméstica se define como aquellas agresiones que se producen en el ámbito privado en el que la persona agresora, generalmente un hombre, tiene una relación de pareja con la víctima. Dos elementos deben tenerse en cuenta en la definición: la reiteración o habitualidad de los actos violentos y la situación de dominio que utiliza la violencia para el sometimiento y control de la víctima. Mientras que la #Violenciafamiliar son los malos tratos o agresiones físicas, psicológicas, sexuales o de otra clase, infligidas por las personas del medio familiar y dirigidas, generalmente, a sus miembros más vulnerables: niños, mujeres y personas mayores.
¿Cuál es el mecanismo y por qué está tan arraigado?
Todas las sociedades construidas sobre una base patriarcal definen unas expectativas que se “debe” cumplir respecto a los roles de género. Estos, tienen una cierta diversificación y una valoración desigual, son integrados desde la infancia como “Naturales” en el contexto cultural en el que se desarrollan y, por lo tanto, son aceptados como propios por las personas que forman parte de él. Cada sociedad define una serie de recompensas afectivas y sociales, así como consecuencias negativas (castigos) que funcionan como dispositivos de control para asentar el mantenimiento de los roles asignados.
En el momento en que se percibe una transgresión de los roles asignados y, por lo tanto, una ruptura de esta jerarquía, se suceden una serie de “castigos” que configuran la llamada violencia simbólica; por ejemplo, en un ámbito general, con la desvalorización y la crítica de todo aquello que signifique una infracción o un ruptura de las reglas establecidas (rumores, crítica, exposición, aislamiento, descalificación) mientras que en un ámbito más específico, la estigmatización de los sectores femeninos que cuestionen las reglas o que se quieran alejar de ellas (vieja alborotadora, feminazi, puta, lesbiana, machorra, solterona, gorda, verdulera, etc)
Este tipo de violencia no siempre es explícita o visible, y muy a menudo se manifiesta de manera latente, pero aparece como base de legitimación para ejercer otras formas más evidentes de violencia. Es decir violencia que se manifiesta por diferentes grados de sutileza y que es altamente tolerada socialmente dada su histórica existencia y aceptación cultural, lo que hace que sea difícil identificarla a pesar de presentar una alta incidencia, porque además parece una justificación que ya esté arraigado en la cultura.
La violencia machista es un producto de la cultura patriarcal, cuya máxima expresión se construye en torno a aquello que conocemos como machismo, la violencia machista es estructural y multicausal. No se debe a rasgos y patologías de una serie de individuos, sino que tiene rasgos estructurales de una manera cultural de definir las identidades y las relaciones entre los hombres y las mujeres. Además es instrumental de esta forma el poder de los hombres y la subordinación de las mujeres, (rasgo básico del patriarcado) requiere de algún mecanismo de sumisión. En este sentido, la violencia se convierte en el instrumento que sirve para consolidar este dominio. La violencia no es un fin en sí mismo, sino un instrumento de dominación y control, se utiliza como mecanismo para mantener poder masculino y de reproducción de la sumisión femenina.
Y ¿en el hogar?
Cuando se trata de violencia dentro del hogar, existe una repetición de conductas de control y poder en el sistema micro social (la familia) con un elemento que se suma, la dependencia emocional y psicológica de los miembros. Por ello resulta mucho más difícil lograr que este tipo de violencia sea denunciada. En muchas ocasiones la denuncia es fuera del núcleo (familiares y vecinos) cuando este excede los muros del hogar, mientras que la violencia sutil, verbal y psicológica no ha sido detectada, ya que los miembros lo confunden con un estilo de relación normal (basado en los discursos sociales, culturales, religiosos y morales).
Las agresiones físicas escalan de empujones a sujetar con fuerza, sacudir y hasta dar golpe con objetos o con el puño cerrado, esta manera de escalar es un resultado de la pérdida del control del sujeto violento (según su perspectiva) sobre los miembros, la conducta agresiva como método de alerta hace que los menores (hijos) tiendan a “obedecer” (acceder a la sumisión) más rápidamente (de inmediato se silencian o se aíslan para evitar la represalia) mientras que la pareja (mujer en la mayoría de los casos) debe continuar la interacción, sin tener claro como debe ser ésta y siendo culpabilizada cada vez por el incremento en la violencia.
Las consecuencias de la violencia familiar en la salud:
La violencia no solo es producto de la interacción de la pareja al interior del hogar la violencia hacia los miembros de la familia, puede ser porque son el objetivo vulnerable más cercano, cada vez que el sujeto experimenta sensación de vulnerabilidad masculina (atentado contra su masculinidad) producto de la interacciones en el trabajo, en la calle, en las actividades sociales, etc. Esta será descargada con aquellas victimas para las que ya conoce su vulnerabilidad y a quienes puede manipular porque les conoce muy bien los miedos, las necesidades emocionales, económicas, de afecto, los ciclos emocionales miedo-frustración-ira-depresión-negociación- y como debe actuar en cada uno de esos momentos.
El resultado será una dependencia emocional por el rol que representa y porque se ha encargado de reeducar con violencia la perspectiva que se tiene del mundo, los hijos crecen con este discurso, algunos aunque fueron víctimas en la infancia (los varones generalmente) soportan el mal trato a sabiendas que tiene el privilegio de convertirse en el violentador en el futuro. Mientras que las niñas, aprenden un comportamiento de sumisión que permita ubicarse en algún lugar cerca del violentador aprendiendo a satisfacerle y así en el futuro “no será tan estúpida como su madre”, quien “si hubiera hecho lo que tenía que hacer” no habría sido agredida. Este discurso aprendido en el hogar (como lógica simple de un niño que intenta sobrevivir) se reproducirá en el intercambio cultural, generando el discurso de la revictimización “no la hubieran violado si no fuera vestida así” este ciclo patriarcal ¿te suena?
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