Por Eli Adán Díaz
Yo habría tenido unos 8 años, quizás, cuando sentado en el comedor de mi casa mi madre cocinaba.
Había colocado una olla exprés con frijoles y agua en la lumbre. Mientras se comenzaba a calentar, recogía las cosas que no estaban en su lugar, lavaba los trastes sucios, barría el suelo y trapeaba para remover las manchas de lodo.
Yo observé con atención cómo estaba todo sucio, pero después me concentré en lo que dibujaba en mi cuaderno.
Pasaron algunos minutos (diez, veinte, quizá treinta), cuando me dio sed. Me levanté por un vaso de agua, pudiendo mirar cómo ahora todo estaba limpio, no había trastes sucios y el olor que se percibía era agradable. La cocina lucía impecable, así que traté de no moverme demasiado para no desordenar de nuevo, solo tomé el vaso, puse el agua con mucho cuidado y fui de regreso a la silla.
De pronto, un sonido comenzó a invadir el espacio. Ts ts ts ts, hacía la olla, mientras la
válvula colocada en la punta danzaba de un lado al otro.
En algún punto me quedé observándola y pude captar el momento preciso cuando dejó de moverse. Mi mamá, ocupada en otras cosas, no se percató de eso, así que yo le avisé.
—Oye, la válvula dejó de moverse, le indiqué a mi mamá.
—Sí, está bien, ahorita se acomoda. Yo sé lo que hago, respondió mi mamá.
Continué en lo mío, pero me fue imposible dejar de observar la pasividad de la válvula.
Pasados algunos minutos y, por suerte, mi mamá estaba alejada de la estufa cuando la
tapa de la olla salió volando para impactar en el techo, el cual la despostilló por la presión que contenía en su interior. Todo lo hecho previamente por mi mamá se arruinó, el suelo estaba sucio, los trastes limpios manchados, las paredes, los muebles y los gabinetes estaban llenos de caldo.
Cuando tomó del suelo la tapa de la olla, se dio cuenta que la mitad de un frijol se había metido en el orificio que dejaba expulsar el vapor de la olla para liberar la presión.
Mi mamá desatendió lo que a tiempo yo le había indicado.
Así como sucedió en mi casa, en el país los tiempos son calmos. La pasividad y el orden será duradera mientras no se descuiden otros aspectos.
El caso de los 43 estudiantes desaparecidos, hace ya casi 10 años, es una olla que contiene demasiada presión, el vapor se ha ido liberando con la entrega de información para el esclarecimiento de los hechos.
Pero el poder verde olivo se ha colado en el orificio, evitando que la presión sea liberada de manera adecuada. Ante estos sucesos, lo más sensato sería bajarle al fuego, enfriar la olla y remover lo que obstaculiza el orificio de escape.
Al parecer, el presidente se comporta como mi mamá en la anécdota anterior, como la autoridad incuestionable. La diferencia es que él ya se va, y a ver quién va a limpiar el desastre.
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