Por Nicolás Jaula
Atravieso la avenida mientras el semáforo que ilumina en color rojo detiene ese ejército de bestias ruidosas y metálicas que me hacen sentir mucho más vulnerable de lo habitual. Cruzo rápido, esquivando con saltitos ridículos los charcos producidos por la lluvia de la noche anterior.
Cada salto me generan unos dolores fugaces en las rodillas que me recuerdan el inevitable paso del tiempo. Ya más seguro sobre la banqueta, pienso en los lugares que se erigen a mi alrededor: edificios de distintas épocas, calles, avenidas, sitios que hace apenas unos años tenían otra función.
Pienso en los distintos contextos y sentimientos con los que he atravesado estas calles: borracho, herido, enamorado, estresado, decepcionado, furioso. Momentáneamente me siento melancólico, pero ese sentimiento desaparece al poco tiempo cuando agradezco que el concreto y acero a mi alrededor hayan guardado un pedazo de mí.
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