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Foto del escritorFrida Cartas

Para todo mal, un tamal




Frida Cartas


La abuela siempre dijo que en estos tiempos los tamales sabían feos, por más que Juana le dijera que éstos no, porque los había traído de la mismísima Feria Nacional del Tamal y eran artesanales. O por más que Josefina le jurara que los había hecho ella misma con sus propias manos, siguiendo su receta original. La abuela sabía que por receta original Josefina entendía sólo la lista de ingredientes, nunca paso a paso el proceso de preparación, que más bien se brincaba o buscaba atajos para ahorrar tiempo y esfuerzo. “Comprar la masa hecha no es parte de la receta”, pensaba la abuela cada que la escuchaba decir que seguía su receta. Para Octavia la abuela simplemente exageraba cuando no los cocinaba ella, los tamales sabían igual en todos lados, qué ciencia es poner a coser una bola de masa con guisos envueltos en hojas. Pero Octavia “qué carajos va a saber si dos años en Estados Unidos comiendo sopas Maruchan le destruyeron las papilas gustativas”, refunfuñaba la abuela a escondidas para no pelear con ella. 


La abuela siempre quiso que en su funeral se dieran tamales y café de olla. Lo repetía cada que hablaba de morir, o cada que podía. Lo repitió incluso estos últimos meses. Pero hoy, aquí, no hay café de olla ni tamales. Sólo una infernal lluvia y un grupo de hijas y un nieto, aterrados por lo que harán ahora en la vida sin ella, solos frente a la abuela muerta en su cama. La abuela era todo: la patriarca y la matriarca, la administradora y la capataza, la jefa y la coordinadora, la que lo mismo daba amor que regaños y no le temblaba la mano para jalar de las orejas a cada una, la abuela lo era todo en esta pobre y triste casa de lodo con leña, todo en esta pequeña familia que ahora está sola velando su cuerpo a oscuras, pues desde hace tres días ha llovido sin parar y el pueblo está inundado, sin luz. La mitad de los árboles en toda esta calle se han caído, se los llevó la tierra mojada y suelta, y el río de agua que formó la infernal lluvia. ¡Qué tino de Eladia morirse así, hoy! Pero sí, se le ocurrió morirse precisamente este día, en esta puesta de sol, con una tos que empezó leve y un típico dolor en el pecho, pero que no se detuvo. Se murió tosiendo y tosiendo, suspirando, con la lluvia, en la oscuridad y con los truenos. La abuela se fue con el sol. Aunque también podría decirse que se la llevó la lluvia, como a los árboles. Nadie ha podido salir de casa estos últimos tres días, y menos hoy a estas horas, siquiera para avisar a los vecinos y amigos que Eladia feneció. No hay buena señal en lo celulares para llamar, y en esta familia menos hay saldo en los teléfonos. De internet ni hablamos. La abuela murió y esta pequeña familia ahorita, aquí, en estos momentos, no sabe qué hacer, sólo recuerdan que tendría que haber tamales y café de olla. 


Juana menciona que hay que cumplirle el deseo a la abuela, aunque sea tarde, cuando la lluvia dé un poco de tregua, y a como ellas puedan. Al cabo la abuela comprendería que en estos tiempos la cocina ya no es como antes, porque los mismos productos tampoco lo son, el maíz ya no es más el maíz, y dicen que fabrican las semillas en laboratorios. En los campos sabemos bien no se siembra ni cosecha ya nada, porque todo el maíz viene de Estados Unidos. Y la manteca de los cochis, inflados con hormonas por los ganaderos, es casi como la manteca vegetal de Walmart. Yoshi su hijo, este choto que al parecer es el único que le pone más empeño a la cocina que las propias hijas, porque es quien pasaba más tiempo con la abuela, aunque dure horas desmenuzando el pollo como araña tejiendo, y con un tenedor para no ensuciarse las manos, dice que eso no es cierto, pero no quiere ponerse a discutir con ella en el funeral de la abuela. Se ofrece en cambio a hacer los tamales, pero nadie le cree que pueda hacerlos porque nunca los ha hecho. No le prestan atención.


Y es que Eladia nunca preparó un recetario como tal. Sus recetas eran largas conversaciones, charlas… historias. Nomás. Para ella cocinar era amar, mejor dicho, dar amor. Porque la cocina, como las relaciones de pareja, se nutren de tiempo para compartir y entregar un cachito de corazón, probada a probada. Eladia renegaba, y hasta se ofendía, cuando le preguntaban por gramajes y medidas exactas, decía que si le vieron cara de chef o profesora de escuela “nais” de cocina para que le preguntaran esas cosas, decía que la comida no eran postres donde avientas todos los ingredientes y bates y bates para luego hornear, y a veces ni eso, sólo meterlos al refri. En cambio la comida, que va a la panza pero alimenta al corazón, se trata de probar, seguir tu intuición, volver a probar, revolver, buscar, hallar, esperar, ser paciente, obtener la experiencia e incluso seguir probando después de la experiencia aunque creas que supieras todo, seguir buscando un sazón diferente, una caricia nueva en un alimento, un detalle, otro aire, pero sobre todo seguir dedicándole tiempo, como en el amor justamente. Ahora casi nadie cocina con el corazón. Ni con tiempo. 


Esto último interpelaba directamente a Octavia, pues ella era de las que quería hacer entender a la abuela que ser madre soltera y tener que trabajar, no dejaba tiempo para la cocina, para dedicarle al menos tanto tiempo y un pedazo de corazón, como ella exigía. Que la vida no es más así, que la comida también cambia con las personas, o como las personas. La abuela siempre la escuchó, aunque no estaba de acuerdo.


Pero hoy aquí, nadie tiene ánimo para discutir, reina el silencio. Y sólo el sonido de la estruendosa e infernal lluvia se hace presente. Reina también la oscuridad, pero en medio de ella una vela ilumina la cabeza de la abuela, a la que Yoshi está trenzando con listones mientras recuerda las conversaciones y pláticas con ella. Octavia deja el recelo por una vez, y un aire de nostalgia le hace sentir que hacer esos tamales como la abuela hubiera querido, sería una forma amorosa de despedir su cuerpo, nunca su presencia, y que, a pesar de las exigencias de su madre, ella nunca sería capaz de no cumplirle una voluntad, porque madre sólo hay una, y familia también. Josefina repite que hacer esos tamales cuando la lluvia pare, de chipilín en salsa verde o de frijol con queso, es darle gracias a la abuela como ella se esperaba, gracias por haber cuidado tanto de esta familia, y que ahora igual estaría con ellas, aunque físicamente no estuviera. Juana por lo pronto ha encontrado canela y piloncillo en la cocina, y se dispone a preparar café de olla. Pensando en que los tamales vendrán después, y que todas juntas, con Yoshi en la cocina, aunque se pongan guantes, prepararán los tamales de la abuela con tiempo, con amor, y con un cacho de corazón. 


La abuela murió hoy. En un día como hoy de 2005 a mitad del otoño. Y esta familia gracias a su exigencia de preparar tamales “como los de antes”, no sólo logró permanecer unida y más fuerte tras su ausencia, sino que hoy cumple 18 años con el negocio de tamales de la abuela. Tamales en su memoria, la promesa, y un recuerdo, sólo porque con la muerte aprendieron a seguir la intuición.


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