Fue en ese momento cuando se sentó delante de mi; portaba botas negras, pantalón gris, chamarra negra de piel y su cabello era un tanto corto y rizado. Yo había estado mirando por la ventada hasta ese momento, pero su imponente presencia y belleza llamaron mi atención. Sólo me limité a observarla de reojo, para evitar que me considerara un acosador. Aparte, recordé que durante la comida me había manchado la playera con salsa valentina y eso me restaba puntos en un hipotético caso de flirteo.
Iba reflexionando en todos estos tópicos cuando de pronto me dieron ganas de estornudar. No me aguanté y lo hice. Un segundo después escuché un "¡Salud!", y cuando volteé noté que provenía de la chica en cuestión. Agradecí y seguí en lo mío, aunque por dentro todo se pintó color de rosa. Los arcoíris adornaron cada rincón; los pegasos volaron en parvada (¿si los pegasos existieran volarían en parvada?) y de fondo se escuchaba la canción Happy Together de The Turtles.
No sé cuánto tiempo estuve pensando en estas imbecilidades, pero llegó la hora de bajar del tren. Los dos salimos en la misma estación, sólo que cada uno tomó un camino diferente. Mientras caminaba, pensaba en nuestra casa, en los hijos que tendríamos y en los dos perros labradores que adoptaríamos. Pudimos serlo todo, pero lo nuestro sólo duró entre la estación del metro Zapata y Universidad.
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