Caminando, he observado el reflejo del cielo en las aceras de la plaza; a tu espera, me alejo de los portales. Frente a la fuente, me he quedado para mirarte más de cerca, observar tus rincones, tus murallas y salones. Donde los lamentos de algún tiempo pudieron ser escuchados, hoy no queda ni el eco de la locura producida por aquel recuerdo. Me he estremecido tras un delirio en el que tu dominio perpetúa un clamor al alma, al ofrecerte mi oración, aquella canción perfecta para que tus notas bailen junto a las aves que suben por tus huecos. Sin dudar, lo que me atrapa es la ligereza y belleza de tus trazos, que desde la simiente, se vuelve una llama que enciende la pasión del cuerpo, cuerpo mío que se escurre por tus mosaicos claros llenos de figuras y vida, que manchados adornan tu cuerpo y me fundo en ellos.
Me he acercado tanto, que has sentido el calor de la respiración. Al cruzar entre arbotantes y pasado el ojival, me zambullo para nadar entre tus suspiros, éstos que se han escrito en piel y curados en sudor, ahora ya no ha quedado lugar para el pudor. Qué sensación más explosiva, la de tenerte dibujando tus arcos con tus mejillas un tanto enrojecidas.
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