Frida Cartas
Porque para decir adiós, también hay que estar lista...
Esta mañana tras la lluvia, vi alejarse a los últimos recuerdos de ti. Observé silenciosa y quieta, en la misma posición fetal que se ha convertido desde hace meses mi lugar de contemplación y refugio, cómo se iban despacio uno a uno, desprendiéndose de mi cuerpo y mi piel, esos recuerdos; esfumándose de mis sentidos y mis sentimientos, desapareciendo al unísono del tiempo y de mi memoria.
Y tuve tristeza, por supuesto, pero esta última vez la tristeza no me dolía, ni me desquebrajaba el alma, esta vez no me rompí, sino respiré tranquila, y pude ver con la mirada clara, sin el oleaje de ningún llanto en la playa de mis ojos, pero sobretodo, pude ver sin el sufrir o el dolor de ningún naufrago o muerte, mi habitar la vida y el cuerpo sin ti. Te fuiste.
Esta mañana, mojada y con olor a árboles, después de una lluvia que empezó con el día y se prolongó hasta el amanecer, los últimos recuerdos de ti salieron por la opaca ventana de mi ya no sangrante corazón, y con ellos saliste al fin tú también, porque las personas no están donde pisan y suceden, sino donde se les extraña o se les recuerda por siempre. Y aquí permaneciste estos seis años aún después de físicamente irte.
Pero ya no. Hoy desapareciste.
Justo antes de mirar la difuminación en grano de tus sonrisas, o el eco de tu voz, recordé cuántas veces quise tenerte enfrente y preguntarte: ¿Por qué? ¿Por qué fuiste tan malo para arrancar el fresco pasto, verde y fuerte, del jardín que fue nuestro hogar, no de nuestra casa que esa era una cosa material, sino de nuestro hogar, el espacio profundo y simbólico que habíamos hecho artesanalmente juntos en unión y comunión, como bunker ante el mundo, por diez años juntos? ¿Por qué fuiste tan cruel para no reparar en la ruptura visible que ya enfrentaba sola, como para acumularle otro desarraigo con dolo y con venganza? ¿Por qué me humillaste tanto, y esperaste hasta verme inmóvil y agonizante, para salir riéndote, del brazo de alguien más?
Entonces aquí hubo una pausa en la marcha de ti y tus últimos recuerdos, y viniste en mi sueño despierta, pero yo no hacía las preguntas que tanto, por mucho tiempo, formulé. Por primera vez en este sueño con ojos abiertos, no corrí al verte o sentirte cerca, te enfrenté y escuché: ¿Aún me amas? Decías. Y así tranquila, con esta despedida, con el indetenible, inesperado e imprevisto final, de esta mañana, con estos restos-recuerdos de ti, respondí: “Te amo, sí. Y te voy amar siempre, pero no es porque añore tu compañía o quiera estar cerca de ti. Te amo pero no es porque necesite que permanezcas o nunca te hayas ido. Te amo pero ya no por la nostalgia de que ‘lo que construimos se acabó’, sino te amo porque soy una mujer de compromisos, y de palabra, de hechos y de honestidades, y una vez cuando te entregué mi amor y quise amarte, lo hice asumiendo el compromiso y la voluntad de vivirlo. Y aún (para el pesar de mucha gente, y de ti) sigo viva, no puedo anular o borrar mi palabra porque sería anularme yo misma. De modo que este amarte es únicamente por mí, porque yo soy así, y no puedo cambiarlo. Y no voy a cambiarlo. Te amo, sí, pero es por mí, nada tienes que ver tú porque no es para ti y por ti. ¿Lo entiendes?”
Que libertad que te vayas hoy al fin.
Y agregaré que te amo como no volveré amar a nadie, y en esto tampoco tienes nada qué ver tú. Te amé como no volveré amar a nadie porque a ti te amé con este viruliento amor romántico que desaparece el aliento, que mutila la fuerza y la capacidad, que no es bueno, que carcome las entrañas y agota fuente de vida, que no es sano, con ese amor que “valió la pena”, y por ello, por el gran error de no haber visto que se ama para que el amor valga la alegría, y no ninguna pena, es que ahora que terminas de irte, todo entero y completamente, junto con cualquier sombra y restos-recuerdos de ti, es que puedo al fin sentir que habitar la vida y el cuerpo sin ti, es cicatrizar, y que cicatrizar es comenzar otra piel.
Adiós. Al fin te fuiste.
Comments