Por Nicolás Jaula
Desde hace más de diez años, todos los días 13 de cada mes, las noches de Aurora se convertían en un verdadero martirio. Justo después de la media noche, unas sombras tambaleantes con formas fantasmagóricas salían de las paredes de su pequeña habitación, clavando sus miradas caricaturescas sobre la joven asustada.
Debía permanecer estática, ya que, por cada movimiento que hacía, los entes fantasmales se reproducían, incrementaban su tamaño y se acercaban al borde de su cama, el único sitio donde parecía estar segura. Harta de soportar esas horribles noches y a sus indeseables visitantes, Aurora decidió actuar:
—¿Quiénes son y qué diablos quieren? —gritó.
Después de varios segundos sin respuesta, uno de los entes cambió su boba expresión y declaró:
—Somos tus miedos y queremos ser tus amigos.
Aurora, respondió algo confundida: Seamos amigos, pues.
A partir de entonces, las madrugadas del trece de cada mes, Aurora dialogaba, reflexionaba, reía y abrazaba a sus propios miedos, entendiendo que serían una compañía eterna.
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