I.
Una mano áspera como roca tomó mi tobillo cuando me senté en la orilla de la cama, pero eso sólo pasaba en las películas. Esa misma mano me arrastró hacia abajo, aunque nada de eso me haya parecido posible. Debajo de la cama me abrazó un ser amorfo que despedía un fuerte olor a podredumbre, yo sé que esto no puede ser verdad. Ardo en el infierno y nadie me vuelve a ver, de cualquier manera nunca creeré en estas cosas.
II.
Igual que cada cumpleaños me encontraba preparándole una cena especial, aunque el menú de la cena de este año era algo más que pizzas y malteadas, esta vez alistaba langostas a la mantequilla, caviar, beef Wellington, postres de chocolate con laminillas de oro y botellas de vino tinto. Ese año fue sin duda el mejor ¡ella había sacado el número ganador en la lotería dos veces consecutivas! nuestras vidas cambiaron completamente. Llegó temprano y venía acompañada por un tipo que yo no conocía, su apariencia era extraña: demasiado abrigado para estar en pleno verano, escaso cabello, delgado, alto y de ojos sumidos. Lo invitó a pasar y le dijo señalandome “es él, ya cumplí con mi parte”. No entendía nada de lo que sucedía. El hombre se quitó uno de sus guantes y colocó su mano cadavérica sobre mi cara, no pude defenderme, sentí cómo me apagaba. Lo último que vi fue el rostro de la muerte y lo último que escuché fue a mi mujer decir “prometiste que harías cualquier cosa por mí”.
III.
Estoy convencido de que las cosas que pensamos cuando intentamos dormir son nuestros verdaderos demonios, por lo menos en mi caso es así, no dudo que otras personas se arrullen con el recuento de sus buenas acciones o con los momentos del día que pasaron con sus personas favoritas, pero yo no. Mi descanso se ve arruinado porque no puedo dejar de pensar en lo que le haría al hombre que me empujó en el autobús, o a mi jefe, quien se niega a darme vacaciones luego de tres años descansando un solo día a la semana y qué decir de mi insoportable casera, esa vieja codiciosa. Por fortuna ya encontré la solución a mi insomnio, mañana una de estas balas se irá al estómago del próximo que no respete mi espacio, después voy a esconder otra en los ojos de mi jefe, de cualquier manera nunca verá cuánto me esfuerzo y finalmente dejaré caer dos en las manos de mi casera, así no volverá a tocar el dinero. Eso es lo único que necesito para poder dormir.
IV.
El calor era asfixiante, no soportaba la ropa, me pesaba la piel y me estorbaban los músculos. Hasta que me libré de aquello conseguí descansar en paz.
VI.
Pensaba que eso de la muerte sería algo distinto. Lo imaginaba como pasar a otro nivel en el videojuego de la existencia, aunque lo parezca, mi comparación no es tonta ¿No en todos lados se habla sobre la vida después de la muerte? Además, siempre se comparan las cosas nuevas con lo que ya conocemos. En fin, aquí todo es callado y simple. No hubo juicios, no hubo infiernos, fiestas celestiales, ni encuentros con otros muertos y no es que quiera volver, no se confundan, pero de haber sabido que la muerte se trataba de la nada no me habría apresurado tanto.
VII.
La noche que alimentamos a lo que había en la cueva Matías me pidió que me quitara las sandalias antes de entrar. Me dio un beso en la frente y agradeció mi valentía. No sabía que la cueva fuera tan fría y el camino tan largo, tampoco supe en qué momento dejé de caminar sobre las rocas para pisar las entrañas y sentir la sangre de lo que habita en ella.
VIII.
No sé bien cómo ocurrió, pero sí sé que estaba hasta el cuello de quehaceres, las mudanzas son complicadas. En casa mi esposo no era de gran ayuda, así que le pedí ir por nuestro hijo al jardín de niños mientras yo terminaba de empacar. De pronto sentí un fuerte dolor de cabeza y todo se oscureció, recuerdo haber visto mi cuerpo en el suelo, mi esposo lloraba y no sabía qué hacer, eso no me sorprendió. No pensó en mi pequeño que seguramente estaba asustado esperando a que alguien lo llevara a casa, en cambio lloraba y repetía “no me dejes”, “no sé qué voy a hacer”, “no puedo solo”.
Lloraba por él no por mí. Pero yo no podía dejar a mi niño esperando, me fui de ahí. Todo debía ser rápido pues comenzaba a desvanecerme, no fue difícil llegar hasta él porque mis movimientos eran ágiles, por fin era liviana como pluma. Estaba sentado en la banca de siempre, con su uniforme lleno de pegamento y los ojitos llorosos ¡Mami! gritó emocionado limpiándose la carita. No podía creer que pudiera verme. Le hablé temerosa de que no me escuchara pero con él no había barreras -vámonos ya, mami, tengo frío- dijo mientras trataba de tomar mi mano, se me rompió el corazón porque hasta ese momento no había pensado en que nunca más sentiría sus manitas, tuve que explicarle que ya no podría estar más con él. No sé si entendió que yo había muerto, pero me dijo con mucha seriedad que su papá no sabría quererlo como lo quería yo, era un niño muy listo y tenía razón, mi esposo ni siquiera recordaba el cumpleaños de mi hijo o sus alergias ¿Cómo podría cuidar de mi pequeño si no podía cuidar de él mismo?
Era momento de actuar rápido, ya casi no veía mi rostro, lo arrullé como cuando tenía miedo de la noche, lo ayudé a dormir tan profundamente que respirar le pareció innecesario. Llegamos juntos y partimos igual, no podía ser de otra manera.
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