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La decadencia de Scream

  • Foto del escritor: Cámara rota
    Cámara rota
  • hace 3 días
  • 3 Min. de lectura


Por Guillermo Romo de los Reyes

 

Soy fan de Scream desde que era niño. Recuerdo que tenía seis años cuando fui al cine a verla con mi mamá. Me aterrorizó, pero también me fascinó y obsesionó. Eran otros tiempos, y logré verla en pantalla grande gracias a que en Durango solo existía un cine: el Cine Durango, que contaba con una única sala, así que la pelicula que uno veía era la que se proyectaba, no había opciones. Aquella experiencia marcó mi amor por la saga y por el género de horror en general.


La saga Scream ha sido una columna del cine de terror y meta-horror desde su primera entrega en 1996. A diferencia de otras franquicias slasher, había logrado esquivar la decadencia (te estoy viendo a ti Jason), reinventándose con cada nueva entrega sin perder su esencia. Sin embargo, la reciente controversia en torno al despido de Melissa Barrera ha dejado en evidencia la hipocresía de Hollywood y la falta de coherencia en la franquicia.


Barrera, quien interpretó a Sam Carpenter en Scream (2022) y Scream VI (2023), fue despedida abruptamente de la próxima entrega tras manifestar su apoyo a Palestina. Su salida, justificada por los estudios como una respuesta a sus publicaciones en redes sociales (acusándola de antisemitismo), no es más que un reflejo del doble estándar de la industria. Hollywood se jacta de ser un espacio progresista y defensor de los derechos humanos, pero al mismo tiempo respalda de manera implícita el sionismo mientras censura a quienes denuncian el genocidio en Gaza.


Más allá de la injusticia hacia Barrera, la franquicia Scream parece haber perdido el rumbo tras su despido. Con su protagonista fuera de la ecuación, los productores han optado por un truco barato: traer de vuelta a actores de entregas anteriores, incluso cuando sus personajes ya murieron. David Arquette, cuyo personaje, Dewey Riley, tuvo una emotiva y trágica despedida en Scream VI, ahora ha sido confirmado para regresar. Neve Campbell, quien se había retirado de la saga por diferencias salariales, ahora vuelve a la franquicia justo cuando más se tambalea. Courtney Cox, quien ha sido el hilo conductor en todas las películas, también es parte de este intento de aferrarse al pasado. Este recurso, que en su momento se burlaba en las mismas películas dentro de Scream como la saga ficticia Stab, se ha convertido en una triste realidad para la franquicia. ¿Acaso Scream se ha transformado en su propia parodia?


El horror slasher siempre ha jugado con la suspensión de la incredulidad, pero hay un límite. La insistencia en reciclar personajes, forzar giros narrativos incoherentes y mantener la saga viva a toda costa demuestra que ya no hay una visión clara detrás del proyecto, sino solo un afán de explotar la nostalgia y la taquilla. La ironía es evidente: una franquicia que nació criticando los clichés y los excesos del género ha caído en el mismo patrón que solía ridiculizar.


En última instancia, el problema de Scream ya no es solo la falta de creatividad, sino su servilismo a los intereses políticos y económicos de Hollywood. La exclusión de Melissa Barrera expone que la libertad de expresión en la industria solo es válida cuando no incomoda al statu quo. Mientras tanto, la franquicia sigue desangrándose, víctima de su propia hipocresía y su incapacidad de evolucionar con dignidad. Scream ya no es un grito: es un eco de lo que alguna vez fue.

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