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Foto del escritorFrida Cartas

La ̶d̶i̶s̶ capacidad de sexoafectarse



Por Frida Cartas


Cuando se habla de personas con discapacidad reiteradamente se habla de banquetas, de asientos en el transporte público o de escuelas “especiales”, lo cual aunque es una necesidad real, es también una reducción muy moralista de las personas como cuerpos sexuados que todos y todas somos, porque tenemos tan introyectado socioculturalmente que para el cachondeo, el erotismo y el placer, sólo existen o son válidos los cuerpos “bien”, es decir, los llamados cuerpos “bonitos, sanos, antojables”, ideas por supuesto discriminatorias. Pero si hacemos a un lado esta publicidad gubernamental y oenegeísta, altruista empresarial, de la banqueta y el asiento en el trasporte, preguntémonos sin espanto y sin prejuicios, ¿las personas con discapacidad cogen? Más aún, ¿las personas con discapacidad están ejerciendo el derecho humano al placer sexual, al deseo, al erotismo, al sexo?

Para indagar entrevistamos a Maricarmen y a Mario, ambos son personas con discapacidad y usan silla de ruedas. Mario comenzó a vivir en silla a los veintitantos luego de un accidente en coche. María nació con una condición particular y siempre la ha usado. Para Mario la discapacidad lo llevó a apropiarse de su nuevo yo y conectar con su nuevo cuerpo, por lo que la sexualidad también se reconstruyó y mudó hacía otros espacios sensoriales. Mientras que para Maricarmen, aún cuando siempre ha usado la silla de ruedas, de igual forma tuvo que reapropiarse de su cuerpo y la sexualidad que en él habita, hasta siendo adulta, pues de adolescente o joven las personas a su alrededor, familias, cuidadores o amigos, jamás le tocaron el tema, creyendo como pasa en la sociedad, que a ella no le era necesario, y menos un derecho. Maricarmen lo tuvo que descubrir por ella misma siendo adulta, viviendo fuera del ámbito familiar.

Esta vulnerabilización es prácticamente lo que sucede tanto en el espacio público como el espacio privado con familiares o amistades, a las personas con discapacidad se les sigue dando nulo margen en el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos que son derechos humanos, pues porque “mira cómo está”, “ellos deberían mejor ocuparse en su condición y estar bien”. Desde familias que los consideran angelitos o deidades especiales que vinieron a este mundo por un motivo, hasta personal médico que los diagnostica “enfermos” o personas a “sanar”. Pasando por políticas públicas que ni siquiera los contempla para la sexualidad.

Pero la sexualidad y la vida sexual activa de las personas en el mundo desde luego es de suma importancia por dos cosas, la primera es que el sexo es parte de la salud integral (mejora desde la psicología hasta el desarrollo físico), la otra es que la sexualidad como dijera Kate Millet, la sexualidad es política (basta con ver alrededor todo el capital, especialización, botín y bandera de movimientos sociales), y tan es política que desde 1994 en la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo celebrada en el Cairo, muchos Estados Nación del mundo se adscribieron a la declaratoria y ratificación, entre ellos México. Pero seguimos hablando de banquetas para quienes usan silla de ruedas.

Hay algo más. Para nadie es un secreto la mala educación sexual que posee la sociedad y la mayoría de las personas. Se entiende siempre al erotismo en relación a la mercadotecnia y el porno fálico, o al sexo como sinónimo de coito, y al placer sexual como genitales. En este contexto las personas con discapacidad son justo la resistencia corpóreo-disidente que pueden dar, o están dando, la pauta para cuestionar y hasta desmontar los mandatos de “los cuerpos que sí” son “buenos” y hasta “permitidos” para el disfrute y ejercicio de la sexualidad, y de los derechos sexuales y reproductivos.

Mario menciona algo que debería ser evidente para todos: dudar de lo que se nos dice socialmente acerca del placer, el erotismo y el sexo, y buscar de alguna forma aprender autodidacta. Leer, investigar por cuenta propia, preguntar, socializar entre iguales la información sin tabúes y sin vergüenzas. Para Mario lo erótico se convirtió en un constante descubrimiento de sensaciones que nunca pensó estaban ahí: el perfume de la piel, la textura de los cabellos y vellos, la suavidad de unas manos, y sobretodo los sonidos, no el de los gemidos vendidos en la pornografía, sino en sus palabras, ese sutil sonido, casi nulo de encontrar, que un cuerpo en excitación obsequia al otro u otra en busca del placer, u orgasmo. A Maricarmen le ocurre muy similar, ella se define como una mujer sensorial en relación al deseo, los estímulos auditivos como ella los nombra. La voz, el viento, el sonido de la lluvia. Y si vienen acompañados de aromas, mucho mejor. “De aquí soy”. Para ella el erotismo va más allá de adscribirlo a una pareja sexoafectiva, o un deseo genital, pues considera que es vital centrarlo primero en ella y su cuerpo, descubrir qué siente, cómo se manifiestan ahí “las ganas”, por dónde y así. Pero sobretodo cómo ejercer todo ello desde la discapacidad para poder compartirlo y compartirse con otros cuerpos y otras personas.

Y cuánta razón lleva, pues ésto no sólo debería concientizarse en personas con discapacidad sino en todas las personas en general. El placer no viene sólo cuando me tocan, dice ella, y no sólo está en una penetración. “Hay mucho otro cuerpo y espacio para explorar y sentir”. Tanto Mario como Maricarmen coinciden en que desde un cuerpo con discapacidad, ellos serán la guía de sus parejas sexoafectivas, porque sólo ellos y nadie más, conocen y saben donde están las sensaciones y los deseos.

La vida sexual activa en personas con discapacidad también es un punto potente, políticamente hablando, porque es el tema que evidencia las normas y estereotipos que, como dijera Foucault, son impuestos biopolíticamente para control de los cuerpos y las personas en las relaciones de poder... y en las dinámicas de poder; es hablar de que para la sociedad hay pensamientos discriminatorios y vulnerabilizadores de derechos humanos, como esa idea de cuerpos “aceptables” y “deseables” para coger, y cuerpos que no, por ejemplo quienes somos gordas, trans, negros, indígenas, todo eso que no está en la portada de revista o en la publicidad de espectaculares, lo sabemos bien, pero en un panorama similar están los cuerpos “con discapacidad”, y no es que aparezcan ahora, han estado ahí siempre. “Imagínate yo que además de ser una persona con discapacidad, soy un mujer de baja estatura, de piel morena, y con obesidad”, dice Maricarmen. Justo todo lo que no muestran las revistas y las normas sociales. “Pero no por ello voy a cerrarme al ‘es que estoy así’, o ‘nadie me va a querer, a nadie le voy a gustar’. He tenido que trabajar mi estima, y sobre todo mis capacidades: la capacidad de sentirme a gusto, de sentirme bonita, fuerte, capaz, y que no estoy buscando un enfermero para pasarlo como novio, sino que soy una mujer capaz de amar, de desear, de llevar una relación emocional como física”.

De igual forma Mario señala que tuvo que pasar mucho tiempo para trabajar todas esas capacidades y saber, y que sepan, que a las personas con discapacidad “no les están haciendo un favor” al sexoafectarse con ellas, y que se trata de un ejercicio del derecho a la sexualidad como cualquier otra persona, pero también de una sexualización de los derechos... “pensar que deber ser el otro quien me permita ejercer mi sexualidad, es creer que debo pedir permiso” y “no voy a pedir permiso”, dice Mario. Maricarmen es más cruda cuando señala que qué bueno que hoy en día se sepa más que las personas con discapacidad son personas y “no sólo un montón de fierros, como una silla, bastón, o lo que se use para movilidad”.

Así pues, las experiencias de Mario y Maricarmen, como todas las experiencias de las personas con discapacidad, además de ejemplificar un camino más complicado para la vida sexual activa y el ejercicio de derechos sexuales y reproductivos (y que conste que no abordamos mujeres con discapacidad que quieren ser madres), son también muestra de cómo la construcción del deseo y el placer son muy genitalistas e higienistas (de cómo la colonización vino a desechar cuerpos “sucios” y “enfermos”) y por qué debiéramos fugar de una vez de ahí, mirando el mundo de posibilidades.

Y justo para eso, para mirar otras realidades y posibilidades es vital dudar y cuestionar la normatividad que nos han expuesto históricamente en relación a la sexualidad y los cuerpos, con cargas morales, religiosas, impositivas, manipuladoras y comerciales. Si la sociedad pretende que no exista el ejercicio de la sexualidad en personas con discapacidad se equivoca, existimos, afirma Mario. Porque aunque ahora hay mayor conciencia de que también somos personas, dice Maricarmen, y sentimos, deseamos, pensamos y nos erotizamos, aún faltan demasiadas cosas y es bueno que la gente se entere ya.

Sin embargo, desde el Estado, las políticas públicas en torno a la sexualidad, continúan siendo asistencialistas y nada empoderantes, enfocadas además en jóvenes y el políticamente correcto tema del embarazo adolescente o el VIH. ¿Pero el placer? ¿Quién hablar del placer sexual como derecho humano? ¿Quién habla del erotismo y el deseo?

El sexo tiene que empezar pues, a concebirse como un acto más allá de intercambio de fluidos, y empezar a hacer contrapeso a las dinámicas de poder reproductiva y estereotipadas. El sexo es únicamente para el placer sexual, en un espectro mucho más amplio que incluye todos los cuerpos en consentimiento y responsabilidad compartida. Y en donde un cuerpo es sin duda el epicentro, la posibilidad de diseñar un proyecto de vida. Simone de Beauvoir decía que el cuerpo no es una cosa (que en la sexualidad sabemos bien se cosifica y objetiviza en demasía y con estándares de control), sino que el cuerpo era ante todo una situación, es decir un hecho social si nos queremos poner más sociólogos, el cuerpo como una situación entonces, es una comprensión de quiénes somos y lo que podemos potenciar desde él en relación al mundo, el cuerpo como un proyecto o boceto. Mario afirma que su cuerpo merece el derecho a la salud, la vida y la autonomía sexual. Por su parte Maricarmen menciona que no puede clausurar el mundo al “cómo estoy”, y es necesario desenvolverse en la vida, gestionarse la fuerza y el empoderamiento, otra forma de autonomía, donde la primera cosa de la cual fugar es “el conocimiento” de lo que le dijeron que era y tenía que ser, por ser discapacitada, y seguir aprendiendo porque “lo merece”, porque como dice Mario, es hora de que el ejercicio de la sexualidad en personas con discapacidad se ejerza, como se ejerce el derecho a la vida: existiendo.


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