Por Yesenia Flota
Mirarla era como observar una laguna, un mar agitado tras una intensa lluvia. Ahí en sus ojos llenos de lágrimas, recorrí toda mi historia, fui reflejo. La bestia le había quitado todo excepto algunos recuerdos.
Mientras hablaba, era como viajar en el tiempo sin prisa: Pasado, presente, futuro a la vez. Y sus dolores me abrieron la herida cerrada, esa que aquella criatura me había hecho con sus garras muchos años atrás. Sangraba de a poquito, intenté ocultarlo, desangrarse así es más doloroso, inefectivo, es un desastre, te hace sentir débil. Quisiera ya estar muerta, enterrada. Imploré para mis adentros.
Estoy harta de estar viva a la mitad, de vivir a la mitad, entre sombras. La bestia se ha hecho con todo el sol, irradia dejándonos ciegas. Aquel monstruo se alimenta de almas buenas, las llama con su voz más dulce, las rodea con su cuerpo escamoso y procede a engullirlas. No se come los restos humanos, solo le interesa saborear las alegrías, por eso se alimenta de memorias hasta dejarnos vacías. Muchas no sobreviven la extracción y las que lo hemos logrado, resistimos en una cueva intentando no morir de tristeza.
A veces soy valiente, salgo de mi escondite en días nublados, intento bailar bajo la lluvia, imitar mis memorias borrosas. Últimamente eso no pasa, he perdido toda esperanza, mi piel ya no es mía, está podrida, llena de hongos por tanta oscuridad. He pensado que es mi castigo por mis crímenes futuros, por todo lo que he pensado en hacer, todo lo que por cobardía no he intentado. En el pasado fui figura inerte, aguanté todo, jamás hice daño, quizás ahí está el error. Debí haberle cortado la cabeza cuando tuve la oportunidad, pero preferí escuchar su canto celestial y creerle que era un ángel, que venía a reformar al mundo, a darnos paz. Cargo con el peso de no haberlo destruido y que, por eso, ahora se haya llevado a tantas, haciéndose más fuerte, dejándonos un cementerio de cuerpos vacíos.
Ella terminó de contar su ataque y me clavó la mirada inundada, no dijo más, no podía. Me solté a llorar, mis pensamientos eran los suyos, esa criatura nos había arrancado toda humanidad, todo deseo excepto el de estar muertas. A veces haber escapado se sentía peor que haber sido absorbida, vivir entre miedo y eterna agonía. A las sobrevivientes nos dejaba sin los recuerdos profundos de quien solíamos ser, quizás por misericordia, quizás para no reunir coraje suficiente, quizás para pretender que esta siempre ha sido nuestra vida y solo nacemos para servirle de alimento. Pero yo no he perdido por completo la memoria, me he aferrado a lo poco que me ha dejado, no voy a olvidar nunca.
-Hoy no morimos, hoy nadie nos arrancará el alma, le dije.
Tomé mi espada, el coraje acumulado y con mi herida latiendo, salí de la cueva a matar a la bestia que nos había acorralado durante tantos años.
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