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Foto del escritorEsteban Ramírez

Hoy o ayer




Por Esteban Ramírez


Mientras bebía una cerveza, la vi. Se acercaba a una mesa, unos cuantos metros adentro. Limpié como de costumbre la espuma de la cerveza sobre la barra, con una servilleta al igual que el sudor del vaso, doble la servilleta y la coloqué a un costado de él. Miré una segunda vez directamente a sus ojos, grandes, redondos. La música estaba a volumen medio, escuchaba las pláticas del rededor y otros tantos cuchicheos. En un par de televisores transmitían futbol, en otros, artes marciales mixtas, algo que todos podríamos ver en casa, aquí a nadie le interesa, por lo menos a nadie que tenga compañía. Miraba con dirección a la entrada del lugar, la lluvia caía tímidamente. La observé nuevamente, sus pequeños labios, tal como los recordaba, mi boca formó una sonrisa y ella lo hizo, me vio, creí que no lo notaría, pero estaba hecho. Giré el banco de madera en su dirección, ella como felino salvaje preparada para un salto letal, se apoyaba en la mesita, mirando desafiante se irguió y se aproximó dejando la mesita atrás. De pronto como no supe qué hacer, ella, su chaqueta en el brazo y sus garras listas para el primer zarpazo.


-Pensé que no vendrías.

-¿cómo? – dijo con una sonrisa pícara.

-Ya estaba haciendo mis apuestas.

-Ah sí, con quién cuéntame.

-Conmigo mismo, fue sencilla – dije con movimientos de mis manos como si hiciera algún tipo de magia.

-Cuál fue – cogió un banco y se sentó a mi lado.

-Permíteme, pediré otra cerveza, tú… ¿clara u oscura?

-Oscura.

-Dos oscuras por favor. Decía entonces, mi apuesta, se trataba de que si no venías bebería una última cerveza, después bebería en la cama hasta dormir, en caso de que vinieras, entonces podría verte y escuchar tu voz en persona y por supuesto te besaría hasta el amanecer.

-Un tanto predecible no crees, yo no pensé que estuvieras esperando, creí que tal vez llegarías cuando me hubiese marchado, sería un caso triste. Dos personas que han esperado tanto para verse, se presenta un día esa oportunidad y dejarla pasar, sería una mala jugada, tuya, mía o quizá solo fuese una seña para no complicarnos.

-Dos morenas para la pareja – el bar tender nos las tendió.

-No conocía este lugar, pero me agrada, la música no es muy escandalosa y se puede conversar sin problema.

-Espera un momento y lo conocerás mejor. ¿qué haces? No es necesario.

-Limpio, a veces la cerveza o el agua escurre y se queda en la barra. Hay acciones que realizamos que no precisamente son necesarias, sin embargo, eso es debatible, la necesidad puede ser cambiante dependiente del criterio y del fin.


Seguimos platicando. Otro par de cervezas, otro par y otro par. Los televisores se apagaron, las luces se fueron desvaneciendo y cambiaron la música, esta vez, sintetizadores y beats. La gente comenzó a gritar, a bailar. Cambió, había una extraña mecanicidad en aquellos movimientos, el barullo como si el viernes estuviera destinado a la indiferencia, pareciera nuestra fuga, un viaje fuera de nuestro ser. Lejos de casa, me encontré envuelto en una nubosidad, es que, ¿en la oscuridad es uno mismo el que es? Pretender, actuar o dejarse caer, nos llevan a donde no estamos.


Terminamos nuestras cervezas y ella se levantó acercándose a mi oído – tengo que irme –. No quise preguntar el motivo, ese “tengo que” lo importante era que la vi en persona. Sacó un billete del bolsillo y lo colocó debajo del vaso deslizándolo hacía mí. Besó mi mejilla, sujeto mi cara con una mano y la agitó. Reímos. Salió. Inmediatamente avisé al sujeto de la barra y salí tras ella.


-¡Oye espera!


Siguió caminando. Mientras me acercaba, gritó – parece que ganaste.


-¿Ah sí? qué gané. – llegué junto a ella.

-Hice una apuesta. Si te quedabas, no te volvería a ver.

-¿y ahora que estoy contigo?

-Nos seguiremos viendo frente a frente. Sencillo.


Ese “frente a frente” me parecía algo innecesario, al final vernos, es el punto, basta con querer hacerlo. Caminamos algunas calles, bajo una lluvia ligera. Pasos lentos sin prisas. En ocasiones la carne espera y otras, es inquieta.

Siempre la he visto a mi lado y no hay reparos en su tiempo. Usualmente ella es quien me toma.


-Te veías algo fuera de cuadro en el bar. Incluso como si no pertenecieras a esta ciudad.

-Es que no soy de esta ciudad y no pertenezco a ella. Estoy pensando en decir algo aunque sonará un poco extraño.

-Sin miedos.

-De acuerdo. No pertenezco a la ciudad, pero si pertenezco a tu espacio, a tu vida y tú, eres mi descanso.

-Eres un loco. ¿No sé te hace algo pronto para derrochar miel?

-Es que ya no te agrada que mueva las flores para que te bañes en su aroma. Ya que eres tú quien lo pide después de amarnos.

-Te gustaría eso. Aunque creo que esta noche no estás listo. Ya sé a dónde vas. Y ahí aguardo pero aún falta.


Caminamos otros tramos, otros espacios, debajo de luces, blancas, amarillas y de otras tantas. Si alguien nos siguiese en la acera de enfrente seguro podría sacar buenas fotografías, no de ella, no de mí, no de nosotros, sino de la escena, la historia, la risa y la paz antes de la tragedia. Ocurre, lo sé y ahora estoy listo, no me importa. Hemos sido amantes desde antes, cada quién lo ha llevado a su manera y en el momento de coincidir surge una sonrisa, así fue, solo, así fue. Me he pasado un par de años viajando de un lado a otro, así me he visto en los escaparates, como una imagen que se graba en los transeúntes y posteriormente lo buscan, lo buscan solo para tener el poder de desechar su utilidad. La función de la cosa que no busca, pero que se encuentra en medio, que no atrae pero se alza, así, he visto situaciones anteriores, se arranca una fruta para dejarla caer, no por la naturaleza sino que descienda desde tu propia mano.


No he perdido el tiempo para sujetar su mano al caminar. Lamentablemente eso hace que me suden las manos y es algo incómodo para mi, así que, a ratos la tomo, a ratos no, para eso, ella no toma la iniciativa. Es como si esperara a ser encendida y una vez hecho, será un desafío detenerla, simplemente no creo que sea posible.

Nos tumbamos en los jardines del camellón, como si nada importara, y era así en aquel momento, nada importaba, solo nosotros.


-Prefieres el frío o el calor.

-Para nada me gusta el frío, así que, en invierno ya imaginarás, tal vez me ponga un poco de malas.

-A mi me encanta el frío, en cierto modo es algo que puedes controlar. Con abrigos, suéteres, cobijas, algo, el calor no tanto, creo. A menos que en todo lugar tengas aires acondicionados, que eso no cualquiera.

-Pues, creo que es parte por lo que me gusta el calor, uno no puede jugar con él, simplemente aprendes a vivir con él. Le das un sentido a lo que trae consigo, el sudor, por ejemplo. Desde lo que sale de nosotros hasta lo que nos rodea, todo se conjuga bajo su mano.

-En cierto sentido pasa algo similar con el frío, los cítricos nacen para traernos cuidado, a través de sus adentros, nos aportar defensa ante alguna enfermedad.

-Así que el frío trae enfermedades. El calor por el contrario trae belleza, flores que iluminan la vista, que alegran. Dan un atisbo de que no todo está perdido. No soy partidaria de la esperanza, pero el calor derrite suave y dulcemente, eso me hace sentir, sentirlo todo. El frío te entume y ahí te quedas tullido.

-Bueno, viéndolo desde ese ángulo, tendría que permitirme abrirle los brazos al calor.

-Ahí está, ni siquiera existía una pizca de curiosidad, sólo rechazo. Jaja.

-¡Estás en todo eh!

-Solo escucho, nada del otro mundo.


Nos quedamos en el pasto con las manos bajo la cabeza, mirando hacia arriba. Los árboles y entre sus ramas, huecos que dejaban ver la luz de las estrellas, disminuidas por la luz de la ciudad, la luz de la humanidad. En estos días no me percaté de la sencillez de la noche, todo era exigencia de la producción, vender y comprar.


-¿Normalmente sales los viernes, sábados, solo viernes, solo sábados?

-¿Normalmente? No sé si tenga un normalmente. Salgo cuando hay algo por hacer, me refiero a una fiesta, charlas con amigos o amigas, ya sabes, eso de ponerse al día o contarnos nuestras penas, por así decirlo. ¿Algún día en específico? No lo creo. También cuando quiero estar fuera de casa, salgo, cuando quiero ver gente pasar o, a veces doy un viaje en el camión. No solo es de aquí para allá, es como nadar entre el banco de peces y tú eres uno, a veces adelante, a veces atrás, junto a todos o un tanto apartado, pero perteneces al mismo mar y nadan sobre la misma agua salada. En el mar siempre hay movimiento. Por si no lo sospechabas, también me gusta el mar y la playa. Jaja.

-Y… ¿te gustaría vivir en la playa?

-En realidad, no lo creo, me gusta la playa, pero amo esta ciudad. Así como es, más que la ciudad su gente, es un tanto difícil de explicar, pero seguro muchos lo viven. Además, es como si comiera pambazos, todos los días, no creo que pudiera, los amo claro, pero, hay que disfrutar del universo de sabores que tenemos, así es la ciudad, hay de todo. Entonces por eso, sigo aquí, aunque a veces si extraño la playa, obviamente.

-Yo normalmente salgo los viernes y quizá los sábados vaya por un café.

-Así que los viernes. Sabes, me parece que eso de los viernes es como si, fuésemos perros, que solo les sueltan la correa para pasear en el parque para después volver a la azotea. No quiero decir que seas un perro, solo así me lo parece, como si todo estuviera condicionado a ese día. Del cubículo al bar y se acabó la semana. Hoy vi a un tipo bebiendo en el camión y lanzó la lata por la ventana. Qué hacer, recriminar por ir bebiendo en el camión, donde se supone no se debe hacerlo o dejarlo pasar porque quizá no hay otro lugar donde sienta que es su espacio. Claramente hay muchas personas en el camión, pero todos tenemos un espacio. Tú tienes el café, otros su casa, yo tengo toda una ciudad. Solo creo que hay miseria dentro de nosotros y cada quién lidia con ella de alguna forma. Aunque los espacios públicos son de todos, se supone, pero pareciera que es de aquello que nos gobierna y que estamos obligados a mantenerlo como ha sido desde que lo vimos por primera vez. Hacer algo diferente, qué será, estar en lucha constante con el otro o ir a directo a las leyes, a reformar toda la basura que existe. Tal vez sólo sea conveniente que cada quien haga lo que pueda con lo que tenga y eso resume a las causas, pero también a las frivolidades y la decadencia. Qué sé yo. Siempre existe un conflicto, pero el movimiento te mantiene con vida.

-¡Caray! Mucho en qué pensar, pero qué hacer.

-Caminar, vamos.


Nos levantamos y caminamos por los jardines de la avenida. Pocos autos y sonidos de música cada vez más débiles. Comenzaba a sentir un poco de apetito, solo había desayunado un café y dos quesadillas. Más de catorce horas sin comer, la cerveza ayuda a no sentir un vacío, pero es necesario comer.


-¿Crees que podamos irá cenar algo?

-Claro que podemos. Vamos a esos tacos que te gustan tanto, los de suadero y asada. -Siempre han sido tus favoritos.

-Y tú, siempre sabes lo que me gusta. Me agrada, aunque podríamos cenar algo diferente esta vez.

-A mi me vendrían bien esos tacos y sé que a ti también.

-De acuerdo, pues vamos.

-No todo el tiempo se trata de descubrir y probar cosas nuevas, a veces eso cansa. Es increíble que podamos disfrutar del mismo sabor una y otra vez. Disfrutarlo claro, no mecanizarlo.

-Coincido.


Detuvimos un taxi y nos dirigimos al lugar en cuestión. Es sencillo flotar en el agua cuando estamos relajados, en paz.


Mucha gente en el puesto para la hora. Pedimos la cena. Mientras esperábamos un niño le daba pedazos de tortilla llena de grasa a un perro, de esos que se pasean por los puestos, sin dueño, pero ellos, dueños de la calle.


Tortilla caliente, carne humeante, verdura fresca y salsa picante. Sencilla y completa. La mejor cena es la que se comparte.


Al retirarnos del puesto nos sentí atrapados en una escena de película saliendo del humo y vapor cruzando la calle en cámara lenta. Una imagen que sin duda quedará grabada.


-Vamos a descansar un momento ¿qué te parece?

-Me parece bien.


Detuvo otro taxi y dio señas de un lugar. Entramos.


-Pensé que iríamos a casa.

-No es posible, pero acostémonos un momento.


Acostados como estuvimos en el jardín, en esta ocasión el cielo cambió por un espejo y las estrellas por sus ojos. Platicamos un momento sobre los tipos de tacos, tacos de la mañana y los tacos de la noche. Cuáles eran mejores y podríamos comer durante más días, ese era el dilema. Entre risas, nos miramos, primero a través del espejo, después giramos nuestras cabezas y nos miramos frente a frente. Me acarició el cuello con su dedo índice. Que poderosos son los pequeños gestos. Tragué saliva y comencé a recorrer su mano, sus brazos, su rostro y su cuerpo con la mirada, mientras ella sonreía levemente y en pequeños instantes, llegaba la seriedad brava que se suelta en el ruedo, con unos labios apenas separados, llamándome. Y ahí estábamos, desnudos, acariciando nuestros cuerpos, saboreando nuestra piel. Su sudor no resbalaba por el vidrio, no quería que una servilleta o en este caso una sábana lo absorbiera, sino que fuera yo quien se apropiara de él. El calor se hizo presente y fue tal cual las palabras volaron más temprano, como si las hubiese enviado y cayeran dentro de la habitación para envolvernos. Después amamos el calor y no nos separamos, abrazados sobre la humedad sonreímos levemente.


-He estado en pueblos y ciudades. Y hoy no esperaba verte.

-Aún no me conoces.

-Ni tú a mí y aún así aquí estamos. Haciéndonos eternos. Nos sé si te conocí hoy o ayer, pero ya hemos estado juntos.

-Me tengo que ir y tú también.

-Cierto, ya es tarde o mejor dicho temprano e iniciará el día, mucho que hacer.

-Y poco qué pensar.

-Antes de que salgas corriendo, debo decirte algo.


Se detuvo en la puerta y me miró.


-No tengo lugar ni casa, pero encontré mi hogar.

-Ahí es a donde uno regresa, se siente vivo y lo disfruta.

-Nos vemos.


Me fui a casa sin esperar algo. Tomé un taxi y me dirigí a casa, las luces de los faros se reflejaban en la ventana y yo pensaba que si yo fuera su hogar por qué habría de marcharse, pero es cierto que aunque uno está lejos jamás lo olvida, por más que pase el tiempo. ¿Él regresaría? No lo sé.


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