Sonaba '11 y 6' de Fito Páez en los audífonos. El deficiente alumbrado público tenía en penumbras la ancha y larga calle que debía recorrer. Era casi media noche. Caminaba sin prisa mientras pensaba cómo le diría que me iba, que tenía que dejarle pero sin más explicación alguna. Siguiendo la historia de la canción imaginé que huía con él y seríamos sólo 11 y 6 y nuestro amor, pero la realidad me azotaba.
Llegué a casa, siguiendo de largo por las escaleras mientras mi madre gritaba porque ya era muy tarde y pudo haberme pasado algo. Enciendo la computadora mientras me quito la mochila y los zapatos. Sólo hay un mensaje en la bandeja de entrada... ¡Es de él! Decido leerlo al final, después de revisar facebook.
Ya no hay más ruido en la casa, todos están dormidos y a mí me quita el sueño ese mensaje que aún no he leído.
Comienza contándome un cuento basado en la leyenda japonesa sobre hacer mil grullas de papel para que se cumpla un deseo.
Dos chicos que se amaban cuando la bomba cayó sobre Hiroshima, ella quedó gravemente herida, él comenzó a doblar mil grullas de papel para que se cumpliera su deseo: que ella sobreviviera.
Después vienen unas instrucciones para llegar a la jacaranda que está afuera de mi casa. Me pongo los zapatos y corro hasta el árbol que se encuentra cubierto por grullas de papel, hay de distintos tamaños y colores. Me quedo un largo rato ahí, sentada bajo su deseo de quedarme y resuelvo que no puedo arrastrarlo a mi miseria...
Al siguiente día estaba lista para partir, una bomba también detuvo mi corazón y dejó un sueño hecho pedazos.
Por Gabriela M. Torres
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