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Foto del escritorKarennKiowa

Enjambre




Por KarennKiowa Rodríguez Mireles



Reproducción de Videograbación, Duración tres horas. Un muerto viviente atado a una silla, una habitación iluminada únicamente por una lámpara sobre la cabeza del prisionero. No se observan sus interlocutores que se ocultan en la sombras. Se observa fecha del 23 de mayo 2035. La grabación se transcribe a continuación:

El prisionero: «Mi proceso de transformación fue paulatino. De la misma manera ocurrió en mi consciencia de muerto viviente. Seré breve, mi espíritu es solitario, a diferencia de aquellos que se convirtieron en animales, cuyo instinto gregario los agrupa en enjambres para conseguir presas. Yo soy más bien solitario.

Una bacteria ingresó a mi cuerpo, inició como una herida en mi pie derecho, la neuropatía diabética había cortado la comunicación nerviosa. Cuando la carne comenzó a desprenderse del hueso, supe que ya no tendría remedio. Los médicos me dijeron que debían amputarlo hasta la rodilla. Me negué. Estaba decidido a morir, porque ya estaba harto de las secuelas de mi enfermedad. Cuando caminaba mi pierna ya no respondía, solo era un miembro que arrastraba tras de mí. Los médicos me dieron unos días de vida, ya que la sepsis acabaría con todas las células vivas. Pero no fue así. Después de una noche de febril agonía desperté dentro de un ataúd. Me habían dado por muerto. Me quedé dos días dentro del ataúd, en el mausoleo de mi familia, ya había arreglado mi funeral con anticipación. Debía ser simple: de la funeraria a la capilla que ya estaba dispuesta en el cementerio, nada de autopsia, nada de hospitales, nada de rituales velatorios.

Dentro del ataúd me había rendido, me quedé esperando la muerte. Pensé que habría sido solo un despertar insólito por células residuales o algo así, que muy pronto la muerte acabaría con todo rastro de vida. Sin embargo al paso de dos días, me rendí, sabía que no estaba muerto, no me sentía débil ni enfermo. Con un poco de esfuerzo empujé la tapa del ataúd, caí de la mesa que sostenía el sarcófago, se rompió con el impacto contra el suelo, permitiéndome salir de él.

Estuve otros dos días esperando dentro del mausoleo, lo usé como un refugio. Durante todo ese tiempo vi salir a muchos otros de su tumba, algunos abriéndose paso a través de la tierra. Les vi caminar sin rumbo y chocar contra los muros e incluso entre ellos, eran lentos y tontos al principio, intentaban comer algo pero no se atrevían a tacarse entre ellos, luego de algunas horas de salir de su tumba y adaptarse a su nueva situación, enfilaban a la salida del panteón. Pasaron esos dos días y ya no vi salir más muertos, tampoco vi entrar nuevos.

Me di cuenta de lo que estaba pasando: grupos de muertos vivientes buscaban personas como animales, deseaban carne fresca y atacaban a los vivos a mordidas; cortaban partes del cuerpo con los dientes, no los devoraban del todo, al momento de darles muerte los abandonaban. Después, los agredidos se levantaban infectados y se unían a la cacería. Me ignoraban, no buscaban acercarse o agredirme, caminé entre ellos como invisible. En algún punto entendí qué era lo que los movilizaba. La sangre caliente, el corazón latiente y el avispero que se enciende como fuegos artificiales en su cabeza. Desde este lugar de los no vivos podemos detectar sus neuronas activarse como si fuera un reflector, despertando nuestras ansias. El sonido de su corazón, que escuchamos a metros de distancia, y el calor de su sangre, es el impulso para movilizarse en grupos y cazar.

Voz de mujer: ¿Por qué no nos agrediste cuando nos encontraste en el refugio?

Prisionero: En principio, porque algo extraño ha pasado conmigo y deseo saber qué fue.

Puedo controlar mis instintos de cazar y agruparme, y por alguna razón no soy un descerebrado como ellos. Me acerqué a ustedes para encontrar respuesta a todo esto. Aunque no tenemos mucho tiempo, porque descubrí que terminamos degradándonos, la carne muerta, los huesos rotos, los fluidos terminarán por degradarse más temprano que tarde, vi a algunos desplomarse y arrastrarse, pero ceder y apagarse luego de unas horas. No sé por qué yo sigo andando, no puedo decir «vivo», pero mi cuerpo no se descompone tan velozmente, como ocurre con los de allá afuera.

Voz femenina: No tenemos los medios para investigar eso. Los laboratorios, los hospitales, los gobiernos han colapsado. Tenemos que agruparnos para defendernos, aún no sabemos cómo resolverlo, nos han incomunicado, la población viva esta disminuida y no podemos tener los servicios andando. Nos queda concentrarnos, protegernos, y tratar de mantenernos vivos.

Prisionero: Lo único que pueden hacer ahora es buscar los suministros necesarios, esperar la degradación y la muerte definitiva de los no vivos. Yo me ofrezco a traerles alimento y agua… como ya les dije ellos me ignoran, no pertenezco ni a su mundo y al de ustedes.

Voz masculina: ¿Por qué harías eso por nosotros? Si te soltamos podrías atacarnos o peor, traer a tu grupo a nuestro refugio.

Prisionero: Ya les dije que no tengo grupo, de querer atacarlos lo habría hecho desde que los encontré, porque no me encontraron ustedes, yo los seguí desde el supermercado hasta la entrada a su refugio, fue cuando me presenté ante ustedes.

Voz femenina: Eres diferente a los otros, lo acepto, no tienes el mismo comportamiento y principalmente tu capacidad de razonar no está disminuida, diría que eres demasiado inteligente. Y eso debe ser de cuidado. Temo que tu instinto te gane y quieras agredirnos.

Prisionero: Acepto tus argumentos y entiendo tu resistencia a confiar en mí. No tengo forma de asegurarte que no les haré daño, solo mi palabra; entiendo que no desees arriesgar a las familias que están bajo tu protección. Si me exterminas ahora o me dejas salir, no es importante. Al fin de cuentas ya estoy muerto.

Voz femenina: Dame tu palabra, de lo que te queda de ser humano, que no nos harás daño a ninguno de nosotros. Y te dejaré ir.

Prisionero: Quizás, lo que me queda de humano es lo que ha impedido que siga el instinto que se despertó en mí. Nuestros cuerpos no necesitan alimento, el instinto es de destrucción no de hambre. Déjame ir y te prometo traer lo que necesitas para proteger a tu comunidad.

Voz masculina. ¿Vas a traer armas?

Prisionero: Las armas no exterminan a los muertos vivos, tendrías que destruirlos haciéndolos explotar o quemándolos hasta carbonizarlos. Ellos andan aunque tengan huesos rotos, porque no hay dolor en nuestro cuerpo. Me refiero a dejarlos morir esperando la degradación, tardarán algunas semanas en descomponerse porque están expuestos al clima. Aunque, existen formas en que no detectamos a los vivos: a través de cascos de motociclista y trajes de neopreno, esos materiales impiden que identifiquemos su actividad cerebral y su calor corporal. Esa es la clave.

Voz femenina: ¿Vas a ayudarnos a conseguirlo? ¿Por qué es importante para ti?

Prisionero: No tengo otra cosa que hacer, si no me exterminas ahora y me dejas ir, sin darme la oportunidad de ayudarles, me iré al mausoleo de mi familia a pasar el resto de «vida» que me queda.

Voz femenina: Víctor, apaga la cámara, lo soltaremos.

Voz masculina: ¿Estás segura?

Voz femenina: Si, confiaremos en su parte humana.

Fin de la grabación.


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