Por Nicolás Jaula
Un sentimiento que no pudo describir de inicio lo despertó a una hora indefinida de madrugada. Pudo ser hambre, sed, una pesadilla o simplemente ganas de ir al baño.
Se encontraba aturdido por la interrupción abrupta del sueño, y entumido por el penetrante frío. Quejándose a través de gruñidos que hacían eco en el vacío de su oscura habitación, se incorporó levantando el torso con ayuda de sus codos, antebrazos y manos. Se mantuvo un momento sentado sobre la cama, con las piernas aún cubiertas por las cobijas, tratando de reconocer su entorno y emociones.
Giró unos cuántos grados sobre sí para colocarse en la orilla y poder bajar sus pies. Anticipaba que el frío del piso lo invadiría del inmediato, pero esa sensación tan cotidiana nunca llegó.
Esta vez bajó sus pies sin encontrar el piso, cayendo a un vacío inmensamente oscuro y silencioso. Manotéo y pataleó desesperadamente esperando tocar algo a lo qué aferrarse, pero no existía nada a su alrededor.
Continuó cayendo en ese vasto abismo, pensando si lo mejor era descender sin fin o estrellarse con un fondo.
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