6:45 am, la sensación de ardor en el estómago se había vuelto su despertador desde hace varios meses. Fue situándose lentamente en su realidad, a la par que su visión se aclaraba. Había tenido una pesadilla de la que poco o nada recordaba. Se incorporó lentamente, se sentó sobre la orilla de su vieja cama y colocó un primer pie en el suelo. Frío, metálico y filoso. Sintió un gran dolor, había pisado un tenedor que había caído al suelo días antes y nunca tuvo ánimos de recoger. Maldijo entre dientes, mientras pateaba el cubierto que se colocó debajo de su ropero.
El dolor de cabeza regresaba, era un malestar casi permanente que le surgía desde la parte posterior del cuello y se extendía por las mandibulas, sienes y frente. Gran parte del día le enfurecería recordar su accidente con el tenedor, lanzando a las paredes de su humilde casa mil maldiciones diferentes.
Se asomó por la ventana y vió al vecino de enfrente paseando a su perro, "¡Qué ni se le ocurra cagar delante de mi portón como hace 5 semanas!", exclamó con los dientes apretados y azotando las persianas de la ventana. Se dirigió cojeando a la cocina, no aguantaba ese vació matutino en el estómago. Desayunó media lata de atún y agua de garrafón, se sentó en la mesa y se dispuso a leer las noticias en su vieja lap top. Odió a los políticos, economistas, escritores, estrellas de cine, músicos y deportistas. Escribió sus opiniones en diez foros, veinte canales de YouTube y se peleó con cuarenta usuarios de Twitter y Facebook.
Al terminar, se quedó sentado mirando fijamente hacía una mancha color marrón en la pared de su cocina, sintiendo sus tres malestares de rutina, y pensando en los que vendrían.
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