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El derecho a la identidad de ̶g̶é̶n̶e̶r̶o̶ existir




Frida Cartas


Introducción

El objetivo principal del presente texto es hacer un abordaje de esto tan difundido hoy en día y llamado “la identidad de género”, sin embargo este abordaje será un poco más allá de lo “políticamente correcto” y el discurso friendly inclusivo con que suele hacerse. Ya que justamente en el afán de ganar apoyo, aceptación y difusión, parece no estarse valorando el riesgo de pagar un precio alto, que despolitiza y homogeniza todo lo que puede abarcar esta llamada “identidad de género”.

Así mismo, para efectos de este trabajo, tal abordaje sobre la identidad de género se centrará en las mujeres transgénero y transexuales, ¿por qué? Porque dado el mundo social misógino y heteropatriarcal que desprecia y castiga a las mujeres, es de vital relevancia la enunciación genérica mujer, que sume esfuerzos y genere alianzas en la búsqueda de respetar la memoria histórica y alcanzar la justicia social. Pues aunque pareciera que actualmente hay un gran avance en difundir y hacer saber las violencias hacia las mujeres por razones de su género, para el caso de las mujeres transgénero y transexuales, éstas vuelven a quedar relegadas por la suma exposición (tan “diversidad sexual, all inclusive”) de los hombres trans, hombres gays que usan vestidos, sujetos no binarios, queers, y hasta drag queens, trasvestis performers, y personas agénero o bien, que se dicen tercer o cuarto género, todo en aras de una radicalidad mediática por “dinamitar el género”, porque se piensa, muy por encima y la ligera, que ahí está la “matriz” de la discriminación, la opresión y la violencia. Y en ese sentido las mujeres trans pues “no dinamitan nada” porque son “binarias” y reproducen “los estereotipos”, es lo que se asume con frecuencia, hablando por ellas y denostándolas. Es decir, relegándolas misóginamente de nueva cuenta.

Por ello este trabajo las retoma como centro y motor de alianzas para la búsqueda de memoria y justicia. Pues la historia del movimiento trans y las mujeres trans, es la historia de mujeres que han intervenido el cuerpo, que han puesto el cuerpo, no el performance y mero discurso fácil, sino que justo han hecho visible la categoría genérica mujer mediante la feminización de un cuerpo que se sale de la norma social y heteropatriarcal, tocando “lo intocable”, y haciendo explotar “la biología”. Nos apegamos pues a la historia y sus protagonistas. Las mujeres trans no son destructoras del género, son más bien prófugas y destructoras del género “hombre” que les pretendieron imponer, y esa es su lucha. Por último, la autora es una mujer transexual, por lo que este trabajo lleva también su voz y construcción de pensamiento, así como la experiencia que le atraviesa.


La disputa

Constantemente hay un ataque hacia las mujeres transgénero y transexuales (trans), tanto de parte de un amplio sector del movimiento feminista como de la sociedad y sus grupos conservadores¹, que puede resumirse en esta frase: “son hombres que quieren obligar al mundo a percibirlos como ellos se autoperciben”².

Muchas de las feministas, dado su bien aprendido manejo teórico y discurso político, suelen ir más lejos y hacer una serie de acotaciones académicas y apabullantes, exaltando que el género no se elige, negando con ello desde entrada, un ejercicio básico de autonomía sexual para las mujeres trans, basado en Derechos Sexuales y Reproductivos (DSyR)³, que como se sabe, son los primeros y más nobles de los Derechos Humanos; para después decir también que al género más que intentar buscarle membresía lo que hay que hacer es destruirlo, queriendo con ello, por qué no, arrancar de tajo toda posibilidad a las mujeres trans de ejercer ese primer postulado de la lista de DSyR que al calce enuncia: Derecho a elegir libremente sobre mi cuerpo y mi sexualidad. Que es dicho sea de paso, el mismo postulado en el cual se basa el ejercicio de exigir o acceder a un aborto seguro y legal, para otras tantas mujeres.

Pero este grueso grupo de feministas trans-excluyentes, no se quedan sólo ahí, sino que añaden que para ser mujeres en la sociedad y el mundo en general se tiene que tener una vulva, es decir, aluden inquebrantable e inamoviblemente, que el hecho de los genitales es lo que determina única y exclusivamente el género de las personas. Su postura esencialista y biologizada (que no biológica lo abordaremos más adelante) es la misma

postura que las lleva a una alianza y afinidad con la iglesia, y con la sociedad y sus grupos conservadores, para en conjunto y en unión, masacrar y anular de todas formas posibles a las mujeres trans. Esta conjunción también podemos resumirla en una frase tan difundida que les encanta usar a diestra y siniestra: La ideología de la identidad de género⁴. “Ideología”, término que acuñó la iglesia católica. La iglesia que por décadas ha cometido pedofilia y violación sexual a monjas, esa iglesia⁵ es su referencia.

En el caso de las feministas y apegándonos a su mismo discurso de los genitales, tampoco hay manera en que reconozcan que para muchas mujeres transexuales que no tienen un pene porque ya pasaron por una cirugía, eso sea una vulva, porque no menstrúa, dicen. Y en el caso de la sociedad y sus grupos conservadores con menor razón, porque aunque “los trans”, como las siguen nombrando en masculino, tengan una cirugía, nunca podrán gestar y reproducirse, entonces eso no es una vulva. Si nos mantenemos aquí, en estas dos opiniones y quienes las arrojan, podemos constatar que entonces a ambos bandos detractores no les interesa ni el hecho mismo de su propio discurso, y que a cualquier costa, las mujeres trans, tengan o no un pene, les seguirán diciendo que no a todo lo que ellas hagan, y negando por supuesto, que son parte de la diversidad de mujeres. Para esas feministas trans-odiantes, así como para la sociedad y grupos conservadores, no habrá pues manera y espacio para el respeto, y cese al hostigamiento. Lo cual resulta muy ilustrativo porque ambos bandos no están dando pauta a los genitales para el placer sexual, tal como si estuviéramos en el siglo XVI, sino que los condicionan, como se ha condicionado históricamente, a la reproducción y punto. Olvidando que las mujeres transgénero, con sólo abandonar una terapia de reemplazo hormonal, también pueden reproducirse si así lo quisieran.

Pero más allá de ésto, ¿con qué autoridad moral, o ética humana, feministas como sociedad y grupos conservadores, llevan a las mujeres trans a la lupa genital, y a hurgar de esa forma invasiva, policial e inquisidora, en su cuerpo e intimidad? ¿Se necesita forzosa y exclusivamente, una vulva sangrante y menstruante, para que mujeres trans en concreto, sean dignas, al menos de respeto? ¿Acaso nadie nota la violencia en ese grado íntimo de

invasión y hostigamiento, para cumplir las expectativas genitales y deseos esencialistas de otros? ¿A las personas que no son trans también las someten a este escrutinio genital? ¿Cuál es el poder que ostenta el mundo para someter a las mujeres trans a toda esta hoguera social y acoso cotidiano? ¿Cuál?

Más aún, en el terreno donde se dan estas discusiones, o la arena donde se generan estos “debates”, sí, así entre comillas, sigue imperando algo profundamente desigual y que no es menor, y ese es el hecho de que son siempre feministas, académicos, sacerdotes, psicólogos, sexólogos, estrellas de televisión, u opinólogos de redes sociales en general, quienes hablan o quieren hablar por las mujeres trans, como si éstas no tuvieran voz, fueran mudas, o no existieran. Ese pequeño detalle donde se les anula con tanto discurso de odio pero en el que no se les da el mínimo tiempo de escucha o apelación, para la defensa o la narración de sus propias geografías corpóreas o experiencias, no puede ser ni siquiera un espacio serio o sólido, sino igual de excluyente y violentamente anulador de las diferentes realidades y cotidianidades de las mujeres trans. Entonces no pueden llamarse debates, sino meras disputas, posiciones de ataque, discursos de odio, transfobia, imposición de opiniones lastimosas que no atraviesan las experiencias, y ni se les acercan en algo, pero que viven de hablar por ellas, encima de ellas, para masacrarlas con vil dolo.


La identidad

El resto de las personas en la sociedad piensan que ellos no tienen una identidad (y menos una identidad de género), y que ésto es sólo una ocurrencia o un “sentimiento” de “moda” de las mujeres trans, o una cosa de su “preferencia”, cuando por el mismo hecho de nacer, y sin que nadie lo pida, todas las personas del mundo pasan a ser parte de la identidad humana, por poner un ejemplo. Pero vayamos por partes. La identidad en general es una construcción subjetiva (Giménez: 2016, Lagarde: 2000, De La Torre: 2001). Esto quiere decir que todo mundo la va formando o asimilando cuando se siente él mismo, o ella misma, en un determinado espacio y tiempo, y que este “sentirse” va unido a la noción de que otras personas iguales o cercanas, le reconocen la existencia.

En primera instancia está la propia identidad, individual, que se elabora de manera personal (y que se centra en la diferencia, o el diferenciarse, con ese otro igual o cercano). Esta identidad propia que es individual, se construye cuando se interactúa simbólicamente con el otro u otros, es decir, cuando se ven y se sienten en sí mismos, características comunes con un grupo social, la etnia, la clase, la religión, los grupos culturales, etcétera. Este proceso constante de construcción en la vida, es una dialéctica de formación de la identidad, es una autodefinición (Giménez: 2016).

Luego viene con ello viene la identidad social, que se elabora con el reconocimiento y aceptación, a cerca de los valores, las creencias, los rasgos, y las características normativas y más específicas del grupo social o cultural que las otorga, y en el cual el individuo desarrolla su entorno. La identidad colectiva es la identidad social y se centra en la igualdad con los demás, pero sobre todo en la aceptación y reconocimiento, de ese grupo social o cultural (Tajfel & Turner, 1986).

Para la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, ambas identidades, tanto individual como colectiva, atraviesan constantemente por varias dimensiones y cambios, es decir, su proceso constructivo no está quieto, y puede no ser siempre coherente, sino que obedece a formas de resolver y resolverse la vida. Es precisamente en esa resolución que elabora sus propios contenidos a partir de sus experiencias. Los cambios ahí son constantes, como lo es la sexualidad que habita en los cuerpos de todas las personas, y que no es fija ni estática sino que constantemente está fluyendo. Construirse, tener una identidad individual o colectiva es pues, valga la redundancia, un proceso de construcción vivo, una constante transformación en términos cualitativos. Así en lo individual, dice Lagarde, tenemos la identidad asignada, la identidad aprendida, la identidad internalizada, que nos llevan a la autoidentidad, pero que no nos exonerarán de una identidad colectiva sino nos harán parte de ella, porque finalmente somos sujetos en mundo social, somos el resultado de un proceso de lenguaje y símbolos, y eso es innegable (Lagarde: 2000).

Podríamos afirmar aquí que la identidad social posee entonces una amplia similitud con la identidad de género, respecto a que ambas se relacionan con el sentido de pertenencia. La identidad social a grupos de la sociedad, y la identidad de género a las dos categorías genéricas que imperan en la sociedad. Y que además tal y como esta identidad social no es estática, sino que es la persona quien la va construyendo según las circunstancias y diferentes etapas de su desarrollo. Así también sucede con la identidad de género que pertenece a algo mayor que es la sexualidad que habita en los cuerpos, y que es una sexualidad en constante crecimiento y desarrollo, por lo tanto las personas la van construyendo con sus expresiones y experiencias.

Más aún, para Carolina de la Torre, hay un factor sumamente trascendente respecto a la identidad individual y la identidad colectiva. Y este es que ambas identidades se construyen en los seres humanos por la necesidad de generar seguridad y estabilidad en su vida, desde su propio ser (identidad individual) y pertenecer (identidad colectiva) (De La Torre: 2007). Lo cual nuevamente tiene mucho eco en relación a la identidad de género porque para las personas que no son trans, esto permanece naturalizado y no les crea mayor dificultad en su vida, se sienten seguras y estables con lo que les socializaron, mientras que para las mujeres trans sí genera una fuerte crisis o conflicto porque precisamente no se sienten seguras ni estables en la obediencia y mandatos sociales naturalizados, no se sienten seguras ni estables en una categoría genérica “hombre” que les ha sido impuesta, pero que han resistido a su total asimilación o configuración. Las mujeres trans no tienen seguridad ni estabilidad llevando a cabo roles o papeles sociales que no las identifican, porque desde allí no son ellas. Y esto repercute pues, en una merma de salud psicoemocional y sexual. Y la salud es un problema que debe atenderse en todas las personas del mundo como otro de los derechos humanos básicos y universales (De Currea-Lugo: 2005).

La clave en esta similitud de la identidad individual y la identidad colectiva, aterrizada en la identidad de género, la aporta Heráclito y su teoría del devenir, retomada por Marcela Lagarde, cuando arguye que las identidades cambian a partir de las crisis que experimentamos en la vida. Y como sabemos, las crisis son generalmente impuestas por el entorno, o son provocadas por el sujeto con su crecimiento ligado a su edad o ciclo vital⁶.


La identidad de género

Y es justo en un conflicto relacionado con el bienestar psicoemocional y sexual (un problema de salud), que contrarreste una crisis por ser en lo individual y pertenecer en lo colectivo, donde aparece la tan cacareada y hoy difundida identidad de género en las mujeres trans.

La identidad de género (García: 2005, Butler: 1990) también está presente en las personas que no son trans, sólo que en ellos y ellas, se da bajo la concordancia y normalización de la educación, es decir, es asumida sin crear ningún conflicto con la sexualidad que habita en sus cuerpos, para ellos no hubo discrepancia ni fue un problema (y eso también es parte de la expresión y uso de su sexualidad); mientras que con las mujeres trans (y hombres trans, pero sobre ellos no es este trabajo) sí hubo una discordancia y una crisis. Un problema.

Las mujeres trans de alguna u otra forma siempre manifiestan un no caber, un no ser,

en eso que les socializan como lo que tienen que ser, “lo que deberían ser”. Siempre hay una fuga, una crisis, un conflicto. Y de alguna u otra manera resisten hasta que logran visibilizarlo, externarlo, por ello no es que cambien o se transformen, esto no es un show ni una performance, ellas no eligen ser trans así como ninguna persona elige su orientación sexual sino sólo vivirla; ellas lo que eligen es visibilizar o no ese ser mujer trans, y vivirlo. Ahí hay un paso elemental y muy importante que parece no estarse viendo en esta marea de información que circula. Las mujeres trans eligen visibilizar su membresía o adhesión al género mujer, ese género que por la diferenciación genital les dijeron que no era el suyo, por eso hablan de identidad de género, porque es con lo que se identifican, con lo que eligen identificarse en un mero acto de autonomía sexual y ejercicio de DSyR (aunque la mayor de las veces no sean conscientes de estas reapropiaciones, mediante un discurso de derechos y autonomía, cierto es que en la praxis lo ejecutan). Ellas saben, siempre han sabido, que no son lo que les dijeron, a raíz de su diferenciación genital, sin embargo no todas logran externarlo porque en ese “dar el paso”, hay un mundo transfóbico, castigador, culpabilizador, que las lleva a vivir antes depresión, suicidio, o a esconderlo toda la vida. Y acá aparecen otros tantos problemas de salud derivados del conflicto o crisis, como la depresión, la ansiedad, las adicciones, los riesgos de muerte al automedicarse, etcétera⁷.

La identidad de género en todas las personas sean trans o no, puede verse ya asimilada como tal dentro de los primeros 18 o 24 meses de vida (Lamas: 2003), que es cuando aún siendo niños, han por lo menos absorbido la diferencia genérica sobre uno u otra. A partir de allí todo lo que el niño o la niña hará es desarrollar su propia personalidad en una categoría, expresarla, manifestarla. En el caso de las personas trans contados son los casos donde las infancias tendrán la agencia o el contexto para pensar o expresar una disconformidad, pues recordando de nuevo a Marcela Lagarde, de todas las normas que tienen la sociedad, las de género son de las más rígidas, y diariamente hay una cantidad de agentes sociales que salen del contexto familiar, para reforzártelas o castigarte si hay el mínimo avistamiento de querer fugar o considerarla conflicto. La mayor parte de las mujeres trans aunque manifiestan un tipo de disforia o disforia en sí, podrán visibilizar con mayor fuerza un devenir trans hasta ser mayores de edad, adolescentes o adultos.

De modo que no es muy complicado de entender que las mujeres trans son mujeres trans precisamente porque nunca fueron hombres (en esta asimilación por completo de roles,

categoría y estereotipos), lo que sí, es que es muy prejuicioso y castigador de entender, y más rígido y violento aún, de respetar. Siempre habrá algo para negarles su existencia, despolitizarlas de su resistencia, y perjudicarles la vida. Son mujeres trans simplemente porque nunca hubo esta programación por completo en ese género hombre (y sus roles) que les dijeron era el suyo, y por eso hablan de identidad de género, porque fue lo que hicieron, identificarse con el opuesto. Eso es uso y expresión de la sexualidad que les habita el cuerpo. Las mujeres trans poseen una discordancia, el resto de las personas que no son trans, no. Así de sencillo. Pero sin duda ambas personas, trans o no, tienen una adhesión o membresía a una de las dos categorías de género.

Esta identidad de género de todas las personas en el mundo forma a su vez parte, junto con la orientación sexual y la membresía política, de la identidad sexual que es la generalidad y la carta de presentación de la sexualidad de todas y cada una de las personas en el mundo, como huella dactilar, única e irrepetible. Por ello la identidad de género no es lo mismo que orientación sexual (las mujeres trans no son gays “que se visten”), y mucho menos es una cosa de “preferencia”, es una cosa de identidad genérica, una cosa de género, y ellas pueden ser heterosexuales, bisexuales o lesbianas, como pueden ser el resto de las mujeres (Lamas: 2014). La orientación sexual tendrá la elección de tomarse o no como estrategia política en la esfera pública, para enunciarse abiertamente o mantenerse en la vida íntima, eso es la membresía política. Y repito, estos tres elementos (género, orientación y política) son los que conforman la identidad sexual de cada una de las personas en el mundo.

Por otra parte, la mayor visibilización que hacen las mujeres trans, no la única, es cuando ponen el cuerpo en la lucha para feminizarlo, de muchas maneras, no sólo interviniéndolo con terapias de reemplazo hormonal, sino también con cirugías, o cambiando el uso de ropa no por ocasión de una fiesta, una marcha o la noche de ligue en el antro, sino de manera fija y permanente en su cotidianidad, o a través del uso de sustancias que suelen no ser seguras y son por recomendaciones de boca en boca o publicidad engañosa, porque lo mismo que pasa con las mujeres que ya han decidido hacerse un aborto, y lo harán de cualquier forma aunque eso implique morir o perder la salud; las mujeres trans también cuando han decidido desmontar un cuerpo que no las identifica, lo harán como sea con lo que sea, aunque eso implique morir o perder la salud. Por ello la feminización de un cuerpo es un elemento vital en este proceso de visibilizar que ahí, hay una mujer trans. No es un capricho, no es una locura, no es una ocurrencia, es una decisión sobre un tema de salud tomada a partir de una crisis para reajustar su propia vida y su cuerpo en el espacio social mayor que es el mundo y la sociedad.

Pero hagamos una pausa acá, y hablemos brevemente del género, y la discordancia o crisis que mencionamos arriba sobre las mujeres trans. Género como ahora podemos fácilmente acceder a la información, es la configuración sociocultural que el mundo social hace de las personas, para asignarles una categoría, y unos roles, y así estos dos elementos le lleven a cumplir estereotipos sociales, que son premiados y dan amplia aceptación, o en caso contrario generen castigos por no llenar la expectativa, norma y reglas (aquí es donde se inserta la violencias por razones de género). Las categorías genéricas son la categoría hombre y la categoría mujer (De Barbieri: 1993, 1996. Lamas: 2003, 2014), mientras que los roles de género son la construcción social que hacen de una de las dos categorías mediante papeles a representar en la sociedad y todas sus instituciones, y todos sus espacios, es el guión a ejecutar, llevar a cabo como si fuera un manual. Y los estereotipos son este estándar a llenar, sin cuestionar las reglas y las normas. Este estándar se mide por la feminidad o la masculinidad. Es como el top ten de qué tan hombre eres, o qué tan mujer eres, y eso lo convierte en una especie de adoctrinamiento.

Pero aunque este acceso de la información como decía, ahora es más fácil, parece no estarse leyendo correctamente, pues desde ahí ya hay una cadena de tropiezos, malas lecturas, peores interpretaciones, y bastante sobreinformación, o mejor dicho, desinformación, puesto que uno de los primeros errores mal leídos es salir a decir que el género es una construcción y no una configuración (una programación y maquilación de personas dentro de un sistema normativo, para que funcione y engrane la maquinaria de la sociedad, y todo lo que ésta conlleva). Otro es decir que género es sinónimo de masculino y femenino, cuando femenino-masculino son los estereotipos no las categorías. Por eso repito, género es la configuración, y éste se compone de categorías que son los nombres mujer u hombre, construcción social que son los roles de género, y masculino o femenino que son los estándares, es decir, los estereotipos.

Por otro lado, la discordancia, ese no caber, que genera la crisis o conflicto en las mujeres trans, es lo que desde la psiquiatría llaman patológicamente “disforia”, y es por ello que muchas activistas trans o muchas activistas de género, se niegan a nombrarla, les parece ofensivo. Pero están omitiendo que sólo tenemos un lenguaje social, y no hay más palabras, negarla no quita el hecho de que exista, la disforia existe, las mujeres trans lo saben muy bien, saben que hay algo que no son ellas a partir de una categoría genérica que les han impuesto y se les ordena a través de años de socialización tratando de que se les configure. Habría que asumirla sin patologización entonces, y dejarle eso al desfase de la psiquiatría, pero es claro que existe. La conocemos. De modo que también las mujeres trans son mujeres trans porque han habitado y conocen la disforia. Ese es otro de los elementos por los cuales este trabajo no aborda eso que hoy llaman “mujeres” trans pero no binarias, y que se presta para que cualquier señor con barba, harto de su monotonía sexual y conflictuado pero no de su sexualidad sino de su vida, diga ahora que es una trans pero no tiene que visibilizarlo poniendo el cuerpo y feminizándolo, y esto es cosa de un sólo discurso moderno o una enunciación chévere, que como decía Magda Piñeyro, le permita ensanchar la norma de revolución sexual para caber en ella, al fin que para eso hay harta mercadotecnia de “la inclusión” (Piñeyro: 2016).

Otra de las malas lecturas e interpretaciones tan frecuentes respecto al género, es que siempre se difunde como cosa de color rosa o color azul, de cochecitos o de muñecas, de ser mamá o de ser ingeniero, es decir, elementos muy por encima y que no determinan nada, sino tramposamente dan poder a los discursos misóginos, transfóbicos y estereotipados, que generan violencia y mecanismos de domesticación. Entonces desde ahí, para las mujeres trans, la disforia se relaciona telenovelezcamente a que si jugaba con cochecitos o muñecas, si le gustaba el color azul o el color rosa, si el pantalón o el vestido, y esto desde luego que no es una regla, no les determina nada, y les están homogenizando un supuesto “analítico” desde la ciencia social, sin ir a preguntarles sobre sus geografías corporales y sus experiencias cotidianas. Mujeres que aman los vestidos y mujeres que odian los vestidos, siempre han existido, y eso no les quita ser mujer, porque ser mujer no es equivalente de un vestido. Las mujeres trans son mujeres trans, como el resto de las mujeres, por la construcción de roles, y ahí se manifiesta la disforia, porque han habitado haciendo lo que “no deberían” mientras se intentó que su construcción y asimilación de papales fuera otra, la llamada “correcta”, ellas asimilaron y ejecutaron mientras tanto, “la prohibida”. Su posición en esa dicotomía ha sido vivida desde el otro lado. Asimismo, para las mujeres que no son trans, el género se les ha dicho que es cosa de “ser buenas mujeres” y llevarse bien con los hombres para hacer parejas “sin violencia”, “darse a respetar”, “ser damas”, “calladitas se ven más bonitas”… dando por sentado que todas son heterosexuales y que quieren un príncipe. Sin darles margen a la autonomía sexual o la elección.

Pero como decía, el género, al ser una configuración sociocultural, éste va más allá de colores, ropas, parejas… y esconde en esta difusión tan “buena onda” hoy en día, que es sobre todo un asunto de política y de poder, formas de echar andar la maquina de la sociedad a través de programar personas, para entre muchas otras cosas, mandatos que tienen que ver con trabajo sexual, trabajo del hogar, y trabajo de crianza-cuidados o maternidad, que conllevan a una profunda desigualdad desde el propio espacio privado, donde son las mujeres las que realizan sin remuneración y sin siquiera un nombramiento, estos 3 trabajos en el hogar. Mientras que a los hombres les es más permisivo la escala social, “la conquista” del espacio público. Por mencionar algo. El género así, reducido a color azul o rosa, príncipe y princesas, omite que como categoría atraviesa mediante la interseccionalidad, prácticamente todas las esferas de la sociedad: la etnia, la clase, la religión, lo racial, la edad, etc., y es ahí donde se ubica justo la matriz de la opresión, y sus diferentes violencias. En la conjugación de todo ello con el género y no en el género mismo de manera exclusiva. No sólo “por ser mujer”, sino “qué tipo” de mujer en esta sociedad (Davis, 1981).

Más aún, si trasladamos no sólo esta mala lectura e interpretación del género, sino más específicamente a la identidad de género, volvemos a caer en el error de decir sobre las mujeres trans, cosas como que su identidad de género “es femenina”, cuando la identidad es es una adhesión o membresía a una categoría no a un estereotipo, entonces la identidad de género es tal cual, mujer; y es la expresión la que puede o no ser femenina, como lo es en el resto de las mujeres que escapan a los estándares sociales, o que simplemente en un acto de autonomía, desafío, o mayor conciencia sobre la configuración del género, deciden no cumplirlas. Aquí el ejemplo más representativo son paradójicamente las lesbianas feministas, que pueden ser vistas como masculinas y eso no les quita ser mujer, y que al mismo tiempo son una gran parte de las que más detestan a las mujeres trans al ser sus primeras detractoras y llamar a estas últimas “hombre con falda”, “machos transfemeninos”, entre otros insultos discriminatorios⁸.

Pero decía anteriormente que la postura de las feministas, así como de la sociedad y sus grupos conservadores, es una postura biologizada que no biológica, y que la diferencia que ha hecho el mundo social para configurar el género, es también una diferenciación genital que no diferenciación sexual, y quisiera en este punto juntarlas para mencionar que el género en efecto se distingue del sexo, pero que éste último no es un sinónimo de genitales, ni la sexualidad puede ser tampoco resumida a los genitales, como ambas cosas se han venido imponiendo en la búsqueda de “pruebas” y “verdades” para masacrar, atentar,

violentar, discriminar y vulnerabilizar a las mujeres trans. La sexualidad es mucha más amplia evidentemente, incluye una base biológica y una gran parte de lenguaje y constructo social que aprendemos, por ello la diferencia de la que tanto hablan es una diferenciación genital, no sexual, porque se da por lo que el médico o la partera, le vea entre las piernas al bebé cuando nace. Mientras que el sexo es una condición biológica o una serie de características biológicas, de nacimiento, pero que cómodamente anclan al pene o a la vulva, a los genitales, y que se repite y repite, como se repiten las mentiras en la historia del mundo hasta hacerlas pasar como verdades. ¿A qué le llaman diferenciación sexual si sólo están dividiendo a partir de lo que ven por fuera y entre las piernas? ¿A qué le llaman biología cuando sólo están mirando, y limitando a los genitales? Estas son pues posturas biologizadas y genitalizadas para argüir penes o vulvas. Están negando y desinformando que el sexo es mucho más extenso y es biología, sí, claro, por ello se compone de genética, de sistema endócrino, de un cerebro y sus neuronas, pero que también atraviesa la psicología, y desde luego que como parte de la sexualidad aprendida socialmente, concierne de igual manera a la sociología y la antropología. El sexo no es una complejidad exclusiva a la biología (Fernández: 2010) sino también a la sociobiología. Y para Foucault, concierne hasta a la biopolítica.

Para Marta Lamas, y muchas otras pensadoras y académicas, los roles o papeles asignados desde el nacimiento no son naturales sino conceptualizaciones socioculturales. No se desprenden de la biología, sino que son un hecho social. La cultura condiciona los comportamientos subjetivos de las identidades y lo que han biologizado en el mundo, he ahí cómo vamos (mal) aprendiendo socialmente la sexualidad. Es Marta Lamas en México quien tiene además trabajos sobre las personas intersexuales que son la muestra de cómo ni siquiera las condiciones biológicas se corresponden como mecanismo fijos, y que hasta en “la naturaleza” hay discordancias y conflictos. Muchas de las personas en la sociedad que han sido asignadas al nacer, por la diferencia genital y la reducción de la sexualidad a pene o vulva, porque alguien ya dijo lo que son, cuando las vieron nacer a partir de lo que tienen entre las piernas, después resulta que no pueden ser encasilladas en mujer u hombre “de nacimiento” porque es de manera interna, con “lo que no se ve” a simple vista, lo que les hace vivir y habitar una discordancia intersexual, que también es biología, que también es sexo.

La importancia de nombrar entonces la identidad de género desde la categoría genérica mujer y la categoría genérica hombre, como es en realidad, y no como sinónimos de femenino y masculino, como no lo es, y valga la redundancia, categorizarlas, categorizar el género como pieza de análisis, es justo para contrarrestar un poco el tan arcoíris discurso friendly y su afán de generar aceptación, difusión y apoyo, a toda costa y sólo por generarlo, y con ello canjeando perder politización en el tema de la configuración del género. Un ejemplo de lo que se menciona aquí, son los constantes reportes e infografías, o folletos, donde te dicen que la identidad de género está en la cabeza, señalando en las imágenes, siluetas de los cuerpos con flechas apuntando al cerebro, es decir, “como tú te sientes aquí”, y ya, lo cual no es mentira, pero es sólo una parte muy pequeñita vendida como un todo. Esas estrategias omiten que la identidad al ser identidad tiene además mecanismos de sujeción y validación externos, por ejemplo las lecturas sociales que la sociedad hace en el espacio público. Para nadie es un secreto que en este mundo social como te ven te tratan, seas o no trans. Pregúntenle a los indígenas, a las personas negras, a las personas precarizadas y sin “estudios”, a las personas con un cuerpo gordo, a las personas discapacitadas. No es que sean gordos, discapacitados o negros porque ellos digan ser negros, discapacitados o gordos, o “lo sienten”, sino también porque se les ve, porque hay un habitar visible, externo, y las lecturas sociales los determinan o configuran, ahí, en el espacio público. Las mujeres trans no son sólo trans porque “lo sienten”(como se vende por completo en la difusión) sino porque en los espacios reciben lecturas sociales que también las colocan ahí, y esa colocación da pie a la transfobia y el racismo, la discriminación y la violencia, porque representan como las personas gordas, las personas negras, las personas indígenas, las personas migrantes, y las personas discapacitadas, “lo que no es bien visto”, lo que no gusta, a la bien-pensante sociedad y sus grupos⁹.

Con estas estrategias de difusión y campañas, que además le hacen el caldo gordo a la transfobia, se impide percibir que la opresión y sus distintas manifestaciones como la discriminación, la violencia, la merma de salud sexual o salud psicoemocional, la gordofobia, así como la marginación, el racismo y la exclusión, se dan por razones de género atravesando la interseccionalidad. Son en estas infografías, folletos y campañas, donde tramposamente las feministas trans-odiantes, como la sociedad y sus grupos conversadores, basan su hostigamiento cuando te dicen que ser mujer no es “un sentimiento”, y que “los

hombres con falda” están obligando al mundo y a la sociedad "a percibirlos como ellos se autoperciben”, como si ellos y ellas no tuvieran también una percepción de sí mismos y fueran tan superiores para que el mundo no les cuestionara ésto o ni siquiera se los señalara, porque repito, creen que ellos no tienen una identidad de género, creen que ellos no se ven a sí mismos de alguna manera. Se sienten la raza pura, la sangre azul, el designio directo de dios y la naturaleza. Y con todo el poder para que ellos, y sólo ellos, sean solamente lo digno de habitar la sociedad y sus espacios. Lo que se sale de “lo normal”, ¡no!

Pero las mujeres trans no están obligando a nadie, están ejerciendo un DSyR, como lo ejerce cualquier ciudadana y miembro de la sociedad para muchas otras manifestaciones y expresiones de su propio cuerpo y la sexualidad que en él habita, sólo que ese ejercicio en las mujeres trans conlleva la etiqueta de “lo que no debería”, porque es por fuera de la norma y el sistema heteropatriacal. Las feministas así como la sociedad y sus grupos conservadores dicen que el Estado no debería financiar a estos “hombres con falda” y hacerles un “lobby”, y se equivocan nuevamente, porque las trans no son ajenas a la ciudadanía, no son aliens que vienen de otro planeta, también son sociedad, y tienen derecho a la salud como todos y todas. “Pagarles” tratamientos hormonales o consultas médicas, no son dádivas o favores, son garantías constitucionales y cumplimiento de derechos humanos en el ámbito de la salud, como las urgencias maternales, el aborto, las cirugías reconstructivas en accidentados, la política de salud respecto a la diabetes, y un montón de servicios de salud más en general.

Categorizar, así, la identidad de género, es asumir (aunque sigamos siendo disidentes) que dentro de las normas sociales las lecturas sociales sobre las personas pesan y también terminan por configurar, dicho de otro modo, como te ven te tratan, esto es igual para negros, indígenas, pobres, discapacitados... y por ello hacer una categorización de la identidad de género permitirá politizar el tema con mayor apego a la sexualidad y al ejercicio de derechos, así como las garantías respecto a éstos.

Si yo como mujer transexual dijera que la identidad de género es en palabras más llanas, el derecho a existir, se me acusaría de exagerada porque es claro que existo, me están leyendo, estoy viva, pero hablar del derecho a existir es sobre todo el derecho que tiene cualquier persona a ser tomada en cuenta en la vida y la sociedad, y a ser sujeta de espacios, y de derechos. Y la realidad es que a las mujeres trans en general no se les deja vivir, no se les permite simbólicamente existir, no están siendo sujetas de espacios porque las han sedado con banderas y organismos que dicen ser defensores de su libertad y sexualidad, impidiéndoles su actuar. México ocupa el segundo lugar a nivel mundial en asesinatos de mujeres trans después de Brasil, y nadie parece atender estos crímenes como asesinatos por razones de género, sino los toman como botín político y lo LGBT, para agruparlos como crímenes de la diversidad y aumentar las estadísticas, como si a las mujeres trans nos atravesara y fuera por lo mismo que al resto de sus letras en esa comunidad. Hasta hace un mes, por ejemplo, la CDHDF emitió por primera vez en la historia una recomendación para atender como transfeminicidio el asesinato de una mujer trans¹⁰. Por primera vez.

Los organismos e instituciones colocan la existencia de las mujeres trans como un asunto de respetar, y ya, sabiendo únicamente que andan por ahí, pero nada más, fuera de ésto nadie aboga ni se ocupa, de que estas mujeres tengan espacios laborales en la ciencia, en la política, en la academia, en las universidades, en la vida pública y la sociedad. El mayor número de mujeres trans yace en la prostitución, en el empleo informal, el autoempleo, porque no son universitarias, o ni siquiera la prepa terminaron, nunca pudieron ir al escuela porque preferían tener un espacio menos de violencia y transfobia, o porque tuvieron que aprender a vivir la calle y sobrevivir la marginación desde muy pequeñas al ser echadas de casa, por “depravadas”, y no tienen siquiera acceso al sistema de salud, es más, son maltratadas si se acercan ahí, parecen la peste. Las mujeres trans parecen ser esos seres que sólo tienen permiso a salir de noche, cuando menos gente las vea porque son “lo sucio” y lo “anormal” de la sociedad. Uno o dos casos en puestos públicos o en un departamento universitario de investigación, no son representación, es casi nulo. Asumamos honestamente la manera en que no las dejan existir, en que no les están permitiendo existir.

Existir no es sólo abrir un COPRED o CONAPRED y atender quejas que no tienen sentencia ni avisos, sino meras declaraciones e informes, invitaciones, estadísticas, y selfies en prensa. Hacerles creer que se ocupan por ellas, pero a nadie le importa después de atenderlas como un número más del turno, en crear o acercar oportunidades para ellas en la formalidad de empleo, puestos en la esfera pública, garantías en el sistema de salud, acceso a la educación escolar, o el que sean sujetas de familia, como si no fueran capaces o dignas, para ser o tener, no es existir.

A las mujeres trans se les desprecia como ciudadanas de segunda o tercera clase. Tal como pasa con las personas negras, indígenas, precarizadas, que en muchos ámbitos se les

ha categorizado ya desde antaño, y existen grandes aportaciones de información que documentan estas formas, y los datos de exclusión y marginación. Las trans no tienen siquiera esa categorización e investigación, porque parece ser que hasta en la desigualdad hay niveles. ¿Qué tan fuera de la existencia por personas de la sociedad que sí son sujetas de espacios, estamos las mujeres trans, que yo misma como mujer transexual tengo que escribir todo ésto texto citando a pura teórica o académico que no es trans, porque justo nunca hemos tenido existido o tenemos real acceso a la universidad y/o a ser investigadoras, como lo tienen al menos un número importante o representativo de la población? Repito, 5 o 50 casos no es ni representatividad sino excepción fortuita.

¿Dónde estamos las mujeres trans en la ciencia, la cultura, el arte, la academia, la vida en general? Existir porque hablamos de vez en cuando, existir porque a veces nos ven en la prensa asesinadas y mal nombradas, existir porque nos ven en la calle en algunas ocasiones, y para además hostigarnos y castigarnos socialmente hasta con la mirada; existir porque hay dos trans extranjeras que son ciber-empresarias, existir porque hay una joven trans youtuber que hace tutoriales de make up, u otra que sale en portadas de revistas o recibe un premio, no es existir, es resistir, el amplio número de mujeres trans estamos sobreviviendo, resistiendo, enfermas y marginadas. Excluidas. No somos las excepciones que pretenden tomar como “la población trans” para vender en prensa “un avance”. Pocas, poquísimas son las oportunidades que tenemos, escasas, casi nulas, pues se nos considera ciudadanía de segunda o tercera clase, las apestadas, inferiores, incapaces, inmerecedoras, como se les trata y considera a las personas indígenas, a migrantes, a negras, a pobres, a cuerpos gordos, a discapacitados, por ello tenemos más afinidad ahí, en esos grupos vulnerabilizados y en marginación, donde empata género con interseccionalidad, y no en la bandera de arcoíris en que nos han cerrado o pretenden decirnos que es nuestro único lugar, jugando a respetarnos y velar por nuestros humanos básicos universales, o nuestros primeros y más nobles derechos como los DSyR, bajo el lema de “love is love”. ¿Cómo se ama cuando la necesidad imperativa es buscarse un empleo y conseguir para la renta para no dormir de nuevo arrimadas o en la calle? ¿Cómo se ama cuando no se puede dejar la prostitución porque es lo único que hay para hacer más llevadera la resistencia y la sobrevivencia? ¿Cómo se ama cuando no hay que comer, y tener que resistir todos los días, a todas horas, en todos los espacios, la negación y castigo de la sociedad, a cosas tan elementales como el derecho a la identidad, que no ideología, de género? Porque si bien es cierto que la homosexualidad y la lesbiandad no son cien por ciento aceptadas, la verdad es que son mucho más aceptadas estas orientaciones sexuales fuera de la heterosexualidad, que la existencia trans y la identidad de género de las trans. Las mujeres trans recibimos transfobia hasta dentro de la afamada comunidad LGBT.

Nos están anulando la existencia al no dejarnos vivir y sacarnos de todos los espacios, o boicotearnos el acceso y las oportunidades. No somos un grupo vulnerabilizado, nos vulnerabilizan que es distinto. Y la historia del movimiento trans¹¹ como un movimiento de mujeres que han puesto el cuerpo en el espacio no sólo el discurso, demuestra que siempre ha sido así, Lohana Berkins en el sur del continente y su escuela de mujeres que dejó son la prueba, Silvia Rivera y Marsha Jonhson, migrantes en el norte de América lo vuelven a confirmar, y en México como el segundo país en el mundo en asesinar a mujeres trans, quitarles la existencia hasta de la vida, no hace más que recordarlo. Pero se niegan a verlo, entenderlo y aceptarlo. La identidad de género es el derecho a existir, no sólo porque es lo que está “en nuestra cabeza”, sino porque somos una realidad material, social, histórica, sexual y biológica, y somos también parte de la sociedad, pero no nos están permitiendo existir, están anulando que existamos. Es momento de escribirlo con todas sus letras y bajo un grito de hartazgo y desesperación. Como si habláramos desde las sombras y la clandestinidad como las prófugas del género “hombre”, y al mismo tiempo huyendo para salvar la vida, de la hoguera feminista y conservadora de la sociedad, por no ser “las verdaderas” mujeres.



Referencias consultadas


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