Por Luca Moriatur
Siendo una noche como todas en nuestro pueblo, adormecido por el trabajo diario, la rutina y el movimiento de un lado a otro, sucedió algo que para muchos es conocido. Siendo las veintitrés con treinta y tres, en las calles de aquel caserío que sirvió de potrero para los burros de carga en la época colonial, entre cortinas que forman la bruma de la noche decembrina, el caballo negro se aparece y las personas en la noche solo escuchan los ruidos que produce a su paso.
Cierto día, tres grandes amigos, de esos que siempre están uno para el otro, de esos que te conocen hasta los rituales para vestirte, comer y hasta para enamorar, se habían reunido para una noche de barajas, tal vez dos o tres horas, pero esta se prolongó hasta las once de la noche. El tendero, al ver la hora y preocupado por la seguridad de sus clientes más frecuentes, les pidió que terminaran su última mano porque debía cerrar, ya que a la mañana siguiente debía estar a las cinco, listo para recibir la leche matutina.
Los jugadores terminaron su partida y buscaron la salida. El tendero, cerrando su negocio, les gritó — ¡Cuidado si ven algún caballo en el camino! —. Todos rieron al escuchar esto, aduciendo que nada de eso pasa en esa parte del pueblo. Enfilándose por la calle, los tres amigos iban caminando entre recuerdos, chistes y una que otra charada. Doce campanadas parroquiales dieron un sentido de tenebrosidad a la noche, mientras los amigos seguían en su pasmoso caminar. Llegando a la esquina donde habitaba el anciano catequista del barrio, sintieron un fuerte olor nauseabundo sin encontrar en sus alrededores la fuente que lo emitía, seguido de esta percepción del sentido olfativo, empezaron a escuchar el relinchar de un caballo que se escuchaba muy diferente a uno común.
Olores percibidos y sonidos eran escuchados por estos tres amigos a media noche y no teniendo salida al verse dentro de esta atmósfera, se detuvieron al centro de la calle. En unos instantes este sonido se agravó y se empezó a hacer compañía de un sonido de herradura queriendo hacer un hoyo sobre la tierra dura que formaba la calle. Los tres amigos empezaron a sentir el respirar embravecido del caballo; giraban sobre sus hombros tratando de encontrar a la bestia que se percibía en el ambiente, aunque no se dejaba ver en su estado físico. Los tres empezaron a sentir un enorme escalofrío recorrer sus cuerpos al no encontrar ese ser que estaba produciendo esos sonidos y que cada vez lo sentían más cercano a ellos. Los olores y sonidos empezaron a rondar en el ambiente con una consistencia para estos tres amigos que ya venciendo la valentía de un hombre se encontraban en el centro de la calle en un abrazo grupal.
Casi como ayuda de un ser divino, la puerta del catequista se abrió de repente en dos partes y vieron una mano casi cadavérica que les llamaba para entrar a la casa. Estos, de manera automática y volviéndoles el alma al cuerpo, corrieron hacia la casa que estaba con la puerta entreabierta. Ya puestos a salvo, los recibió el anciano catequista, que, llevándose su dedo índice a la boca, les dijo: — ¡Manada de mulas! Sólo a ustedes se les ocurre andar en la calle cuando el caballo negro anda relinchando en la cuadra—. Al instante de guardar silencio, después de la tremenda regañada recibida, se escuchó frente a la vivienda del anciano el paso campante del caballo negro, que como cada noche salía a su paseo nocturno, sabiendo que nadie saldrá de sus hogares por temor a que este se lleve el alma de aquellos osados que se atreven a salir a ver su paso.
Comments