El año después
Si alguien me hubiera dicho hace un año que esto podría pasarme no lo habría creído, incluso ahora me resulta difícil asimilarlo. Los expertos afirmaron en cientos de conferencias que era seguro salir, que era cuestión de adaptarse. Quién iba a pensar que en menos de siete meses todo se derrumbaría.
Para nosotros ya están agotándose las posibilidades de seguir adelante, la reserva de agua no durará otra semana, sólo tengo dos latas de conservas y aún somos cuatro bocas que alimentar. No consigo descansar porque no dejo de pensar en cómo usaremos las dos últimas balas, dejar vivo a alguno de mis hijos sería cruel.
Vi esta situación muchas veces en infinidad de películas, ahí todo me parecía tan lógico, cada solución ante mis ojos era tan evidente, amaba reírme de la desesperación de esos personajes en problemas y hasta pensar en si los actores estaban a la altura de la tragedia.
Ahora estoy aquí, con tres niños asustados y dos balas, debí poner más atención a esas películas y en su forma de resolver todo. Seguro aquel actor ahora se está riendo de mí, debe estar viviendo sin preocupaciones y lejos de aquí.
La fila
Una parte de mí siempre supo que la burocracia de este país terminaría por matarme.
Hasta para morir debo hacer fila, llené el formulario y lo entregué antes de la fecha límite y aún así estoy aquí formado entre cientos de personas que buscan la inyección del sueño. A estas alturas no me importa la opinión que esta polémica ley pueda generar, al final el gobierno se ahorra muchos millones dejándonos morir y nosotros nos ahorramos ese hastío de existir en un lugar que ya está arruinado. Todos ganamos.
Seis horas formado me parece excesivo, debería hacerlo yo mismo, como todo, como siempre, incluso podría ayudar a los demás. Sería el primer servidor público eficiente. Bueno, morir por la herida de una navaja no es tan elegante como morir por una inyección, pero qué más da, que se diga que antes de morir me encargué de matar una parte de la burocracia.
Herencia
Según el documento de ese cajón no soy hija de mis padres, el sueño de mi adolescencia se ha vuelto realidad, sin embargo no es para nada como lo había imaginado hace años. Estoy fuera del testamento, no me sorprende, ni siquiera me molestaría de no ser porque prefirieron dejar como beneficiarios a esos animales. Sí, animales, puedo habitar esta casa y de vez en cuando gastar algo en mí siempre y cuando cuide a esos perros, pues ellos son los verdaderos dueños. Considero que esto debería ser ilegal o simplemente una muestra de lo desquiciados que estaban mis padres. Ojalá fuera un perro, ojalá fuera alguno de estos perros, siendo un idiota que tira baba por doquier y que come basura tendría más dinero que cualquier persona en las calles. Estos perros tienen el pelo más cuidado que el mío, sus camitas están acomodadas en el cuarto principal, sus juguetes valen más que la ropa que traigo puesta y su comida, ¡ah, qué decir de su comida! los cortes más finos son los que comen estas bestias, nunca han probado algo que no sea de la mejor calidad. Apostaría mi alma a que se han alimentado mucho mejor que yo.
Son como un cerdo de engorda, pero con las orejas más largas y por supuesto más fastidiosos, sigo sin entender cómo la gente puede amarlos tanto, son asquerosos y torpes, los de esta casa además son obesos, alimentarían a una familia completa, me podrían alimentar a mí en cualquier momento.
Ojalá mis padres pudieran ver esto, qué fantasía: la patita de Cuqui en mi plato, y los intestinos de Rey en mi pan. No sabe tan bien como imaginé, pero tampoco es un platillo que rechazaría. Así como mis padres lo habrían querido, sus perros y yo por fin somos cercanos.
Insomnio
El tiempo se siente lento, mis sentidos están alerta, a mi cuerpo se le olvida que la noche ya está aquí y que mis párpados deben sucumbir al cansancio, de eso se trata la oscuridad. Cada centímetro de mi piel se vuelve hipersensible, en todas partes tengo comezón, las sábanas me pesan y hasta por momentos me arden, eso creo.
Todos los ruidos se escuchan al máximo, la llave goteando, los perros ladrando, los gatos en la azotea, cada cosa es como un golpe en mi oído, de esos que te hacen sangrar.
Pienso en las cosas que tengo pendientes, en todo aquello que he evitado pensar cuando es momento, incluso pienso en aquello que no existe ni como posibilidad: yo viviendo en otro lugar, yo siendo otra persona, yo teniendo menos años encima, yo no pensando. Me asfixio.
Tengo envidia de quienes pueden dormir, de esos que pueden estar ausentes al menos unas horas, no puedo ni imaginar la dicha de ignorar tus pesares y problemas para poder conciliar el sueño. Si consigo dormir procuraré a toda costa no despertar.
Una piedra
Quisiera ser una piedra, están y son pero no sienten, no ven, no huelen, no escuchan, no hablan y sin embargo construyen y sin embargo destruyen. Ser la piedra que rompió el cristal, la piedra que rompió ese cráneo, la piedra de esa lápida.
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