Por Eli Adán Díaz
Mauro, un ratoncito ciego vive en una comunidad de ratones. Al momento de su nacimiento, el sol quemó la retina de sus ojos y desde entonces tiene nula visión. En la comunidad también vive Rubí, que es una ratoncita parapléjica que se mueve en silla de ruedas. Una tarde, mientras buscaba comida con algunos amigos, sufrió un accidente cuando una trampa lastimó sus piernas y desde entonces le es imposible caminar.
En el pueblo que habitan, las clases pronto iniciarán y, excepto Mauro y Rubí, todos los ratones acudirán a la escuela. Una tarde soleada se encontraron en el parque y en una plática salió a relucir la frustración de ambos por no poder ir a la escuela.
—Qué coraje no poder ir a la escuela, dijo Rubí.
—¿Cómo, tú tampoco irás?, cuestionó Mauro.
—No, ¡nadie puede llevarme hasta allá empujando!
—Te entiendo, a mi nadie puede acompañarme igual.
Ambos se quedaron pensando, sentados en una roca de río plana. Para calmar la frustración, Rubí intentó alcanzar un ramo de frambuesas que colgaba de las ramas de un árbol, pero no lo logró. Las frambuesas estaban un poco alejadas de su alcance.
— ¿Sabes?, estoy observando unas frambuesas que se ven muy ricas. Lo sé por el tono
rojo, deben ser muy dulces. Lástima que no puedo alcanzarlas, le comentó Rubí a Mauro.
—Sólo de escuchar el cómo describes esas frutillas me hizo salivar, dijo Mauro.
—Lástima que no puedo ver dónde están.
A Rubí se le ocurrió una idea genial:
— ¿Qué te parece si yo te guío para agarrarlas y cuando las tengas podemos
compartirlas?
— Oye, eso es una idea genial. ¿Cómo no se te ocurrió antes? Contestó con alegría
Mauro.
— Ok. Párate y da dos pasos a la izquierda, tres para atrás y levanta la mano.
En cuanto levantó la mano, el racimo acarició sus yemas y se dio cuenta que les había dado alcance. Tiró del racimo con fuerza y se acercó a Rubí para entregársela. Rubí, teniendo en posición las frambuesas debía alcanzarle unas cuantas a Mauro, pero en cuanto las tuvo entre las manos, decidió comenzar a comerlas.
Mauro pudo escuchar cómo Rubí comenzó a comer y le hizo saber que estaba esperando a que le compartiera. Rubí no podía escuchar, ya que estaba disfrutando de las frambuesas. Esto puso triste a Mauro y comenzó a llorar.
Conmovida por sus lágrimas, Rubí volteó a ver a Mauro y le preguntó qué pasaba.
—Has olvidado compartirme de las frambuesas y tú ya comenzaste a comer. Yo te
ayudé a alcanzarlas, lo justo es que compartas algunas conmigo, dijo Mauro.
—¿Sabes qué? Tienes razón, he actuado de mala forma, te ofrezco una disculpa, respondió Rubí y le alcanzó un par de frambuesas.
Mauro contento con el actuar reivindicativo de Rubí se acercó a darle un abrazo y agradecer su empatía para que ambos pudieran comer las frambuesas. Ya que de haber querido ella, hubiera terminado con todo el racimo sin haber compartido. Esto le hizo recobrar la confianza en ella.
Después de haber terminado con todas las frambuesas, Rubí observó la puesta de sol
mientras se la describía a Mauro.
A Mauro se le ocurrió que así como habían hecho para alcanzar las frutillas, si ambos se apoyaban, podrían ir a la escuela. Mauro empujaría la silla de Rubí mientras ella le decir por dónde avanzar para evitar tropezarse.
Así fue como ambos, impulsados por el apoyo mutuo, tuvieron acceso a las mismas
oportunidades que los demás ratones.
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