Por Karina E. Pérez
Que salga tu luna;
Que salga tu sol;
Que salgan las nubes;
Que salga el amor;
Que salga un cometa;
Que brote un volcán;
Que se abra una grieta;
Que salga la verdad; (…)
Botellita de Jerez, ¡Presos políticos, libertad!
Este es un texto de funas (americanismo que significa “denunciar y repudiar algo o alguien”) y nada dentro de una funa es agradable. Así que empecemos por reírnos de un suicida: cuando se supo la noticia del suicidio de Armando Vega Gil, mi muro de Facebook se llenó de memes y largas publicaciones hechas por amigues y conocidos alegrándose de ese hecho. No voy a mentir, yo también me burlé y reaccioné. La acusación era grave. Y aunque en su momento, los testimonios no hablaban de una violación, la conclusión general era que el acusado era un violador, pederasta, potente abusador y hasta posible feminicida. Al fin y al cabo, al ser acusado de una cosa, ¿por qué no podría ser lo demás?, la imaginación era el límite. Todos sabemos que los hombres son horribles, ¿verdad? La alegría y escarnio tenía una justificación ante este hecho, simple y sin tapujos: un macho muerto no viola ni mata, “Machete al machote”, “Verga violadora, a la licuadora”, “Pene malo, vulva buena”; Hashtag “MeToo”; hashtag “YoTeCreo”; hashtag “feminism”.
Siendo aún más sincera, hipócrita y alienada, no noté nada malo con escrachar ni con otras acciones similares a lo largo de mucho tiempo, hasta que por supuesto, me tocó a mí: me tocó no creerle a la víctima. Digo esto porque la conocí a través de sus acciones: agresiones, burlas, amenazas, chismes y slutshaming. Por no decir lo que pasaba, solamente fue escalando todo hasta que llegó su funa. La víctima es la ex pareja de mi actual esposo. La funa era en contra de él; lo sé, todo un cliché.
Cuando se publicó la funa, el ambiente en mi comunidad ya estaba muy agitado. Ese escrache era parte de varios más que se habían publicado en esos días. Se supo entonces de demasiadas historias de abusos y chantajes. Algunas muy serias y otras muy tontas, pero era necesario denunciar o corrían el riesgo de ser denunciados. Señalar la tibieza de los otros que no se incorporaban a las funas, la amenaza constante de aislar a aquellos que no dijeran algo malo en contra de los acusados y demás acciones similares. El odio, entonces, se volvió la moneda de cambio para continuar amistades o ser parte del mismo grupo: se revisaba quién era amigo de quién, qué se decía y en qué tono. Volverse la víctima era necesario para obtener el apoyo y protección de aquellos cercanos, y evitar las preguntas o cuestionamientos. Al fin y al cabo, ¿qué persona tan nefasta podría cuestionar a una víctima? A una víctima no se le toca, ni con el pétalo de una pregunta.
Cuando una funa se publica, se vale todo; el feminismo es el escudo para poder agredir sin miramientos. Hombres deseando golpear y vejar; mujeres insultando y burlándose. No importa, ya que son feministas y bajo el cobijo de hacer el bien, se permite lo que sea.
Bajo esa premisa, en aquella funa de la ex pareja, de la víctima, se me nombraba como una mujer fea, pero fácil. Palabras que ya conocía, ya que fueron usadas en el pasado por ella y su familia para burlarse de mí. Estas aseveraciones fueron respetadas por aliados y feministas, ya que la víctima tenía derecho a expresarse como quisiera. Se sumaron los insultos de alienada, la que no se da cuenta, la que no es feminista, etcétera, etcétera. Realmente a estas alturas, no hay insulto que no se me haya puesto ya. Lo soy todo y al mismo tiempo no soy nada. Estas aseveraciones fueron apoyadas y difundidas por psicoanalistas, abogadas, maestras, escritoras de la comunidad, entre muchas más. Ellas eran las buenas, los otros eran los malos. Frases como “qué bueno que nos unimos y los linchamos a todos” fueron repetidas y aclamadas. Hashtag “Soy sorora pero no pendeja”; hashtag “Enójate como niña”.
Cuando a alguien se le funa, es necesario mostrar sólo sus peores características o exagerarlas; se vale inventar, tergiversar, lo que sea. De hacer lo contrario, peligra la propagación y aceptación de la funa. Si no se deshumaniza a la persona, puede ser que alguien quiera saber su versión. Y no hay nada más peligroso que la comunicación en esos momentos. Varias personas en pro de las funas, fuertes en sus ideales, dicen que “hablar es para débiles, indecisos”; y sus razones se asemejan a las del fascismo. Hay que replantearse muchas cosas si se piensa que la comunicación es peligrosa.
Para este punto, caigo en conflictos internos. Ya que hay mujeres que corren un peligro real al no hablar. En los que las respuestas o resoluciones del sistema legal no ayudan, ya sea por corrupción, lentitud en ejecutar sanciones o tráfico de influencias. En donde su comunidad, amigos y familiares deben de estar al tanto de su situación para poder protegerla. Sus posibilidades se ven muy limitadas, entonces escrachan y lo entiendo. Al mismo tiempo, creo que es necesaria la comunicación, ya que, si el lector de este texto sólo hubiera leído la funa en la que se me nombra, no dudaría en unirse al coro de agresores que ya conozco.
Sé también que mi caso puede tomarse como una excepción, pasa que ya conozco demasiadas excepciones como para no alarmarme del uso que se le ha dado a este tipo de denuncias públicas. Venganzas, victimismos que han encontrado su nicho en el escrache público donde buscan desquitarse o destruir a alguien, ya sea por un ego herido, narcisismo, la búsqueda de poder social o político, etc. Opacando las denuncias que deberían ser escuchadas y a las personas que realmente están pidiendo ayuda, que buscan justicia, sanar, ser y vivir en paz.
Actualmente, a menos de que sea un caso muy sonado, la funa ya no tiene el mismo alcance que hace unos años, páginas de denuncias olvidadas, publicaciones con contadas reacciones y un largo número de personas que ya han experimentado en carne propia lo que significa ser cancelado o cercano a esto (y las pocas salidas qué hay en esto).
Al momento de cancelar a una persona, esta tiene una sola opción: desaparecer (y por siempre). La muerte social de la persona cancelada debe ser pública y viral. Es necesario que los amigos, empleadores, instituciones educativas y cualquier lugar o persona que se relacione con el cancelado se separen de él. De tal forma que una persona cancelada puede terminar sin empleo, sin amigos, sin estudios y hasta sin hogar. No es necesario matarle o agredirle físicamente, cuando la muerte social es la opción más limpia y sin remordimientos. Entonces, aquellos que cancelaron se sienten satisfechos, llegaron a la verdad absoluta y sin errores, fueron jueces e impartieron “justicia” y no hay nada más que cuestionarse; ¡aleluya!
Aquellos amigos, parejas o familiares de los funados no cuentan con muchas más opciones que los funados inicialmente. Si deciden seguir conviviendo, les irá muy mal. Ya que, por proximidad al acusado, te conviertes en lo que se le señala al individuo. Como si se tratase de una maldición, las acusaciones se contagian de formas mágicas. Puedes pasar de ser una persona a un monstruo en cuestión de clicks y así sentir en carne propia la deshumanización que viste el día de ayer como espectador. Se les será señalada su debilidad, poca inteligencia y demás atributos negativos por no poder cortar lazos. Ya que se esperan actos de “heroísmo” puros, ensayados y construidos como los que se ven en el cine, en las apps o en la tele y no sentimientos, acciones o pensamientos conflictivos como pasa en la vida real.
Confesaré algo más: fui tremendamente cobarde. Mientras los linchamientos estaban en su apogeo, no dije nada. De cierta forma, sentía que sólo mi silencio me era propio, que era lo que me quedaba. Mi voz no era válida, digna de ser escuchada por aquella comunidad a la que apreciaba. En aquella comunidad creativa, se hablaba de censurar obras visuales o literarias en las que algún cancelado hubiera participado. Editar material físico en el que se les encontrara como si con esto se lograra una purificación social, una estética moral aceptable. De buscar información (virtual o física) de los acusados para hacer algo. Fui testigo de cómo agredían a amigues que cuestionaban las acciones realizadas o que pedían comunicación entre las partes. Fueron especialmente duros con las mujeres, como si el machismo fuera especialmente permitido contra ellas porque a su parecer, no daban el ancho como feministas o seres pensantes y de nuevo, apremiados por las que se decían verdaderas feministas, arremetieron a gusto y sin pena.
Las funas son importantes o divertidas para algunos por un periodo breve de tiempo. Para ellos, ya es noticia del pasado, hay temas actuales mucho más virales de los cuales indignarse hoy y las agresiones logradas no cuentan como malas porque no hay quien las cuestione. Algunos se burlarán porque “eso ya pasó”, otros callarán en espera a que se olvide. El funado o cancelado no tiene derecho a sentir ya que fue deshumanizado hace mucho y “qué oso que no se ubique”.
La idea de la justicia restaurativa, reparación de daños o de sanar en comunidad quedan muy lejanas ante las nulas posibilidades que da una funa. El cancelado, sin duda alguna, buscará apoyo, en algunos casos, desesperadamente. Es aquí donde los grupos extremistas conservadores se regocijan, ellos desde su trinchera también usan los esencialismos y binarismos para atacar, y sobre todo para atraer a aquellos señalados en las denuncias, sean estas falsas o no.
No pretendo alentar a que vuelvan las antiguas formas: a que no se les crean a las mujeres o a que se espere que siempre estén diciendo mentiras. Ha sido y es muy importante hablar de las heridas que se conocen, pero que se callaban; del dolor, no solo mundial sino generacional que conocemos tanto.
Las agresiones deben de ser comunicadas y resueltas. No se trata de silenciar o guardar de nuevo las heridas físicas y mentales que hemos vivido, sino de darles salida (lo más reparador y sano que se pueda). Mi propósito es que podamos comunicarnos; que podamos encontrar soluciones más fructíferas a sólo cancelar; que no repitamos las resoluciones punitivistas que conocemos y que no resuelven los problemas de fondo: sabemos que estos actos no curan heridas ni cortan el ciclo de violencia, se ganan traumas, peleas y rupturas. Se pierde lo esencial: que el feminismo es un movimiento social para liberar mujeres y hombres del patriarcado. Y es el patriarcado el único que se beneficia de que nos mantengamos cancelándonos unos a los otros.
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