La hora dorada entraba por mi ventana e iluminaba su cara que parecía tallada a mano. Estábamos desnudos, ella se recostaba sobre mi pecho.
Podía sentir su respiración en mi piel.
Podría estar así por siempre, amor -Susurró...
No me llames "amor" y no menciones la palabra "siempre", ni siquiera sabes lo que significan, respondí.
Y mientras sentía cómo sus lagrimas caían en mi pecho, pensé: Qué roto estoy, acabamos de tener el mejor sexo del mundo y ni siquiera con eso puedo corresponder sus palabras.
Entonces supe que yo lo que necesitaba era que me cogieran el alma y la mente.
Cuánto lo añoro, cuánto lo necesito...
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