Por Nicolás Jaula
Se encontraba subiendo las escaleras que lo llevaban al primer piso de su pequeño departamento cuando sintió una especie de pinchazo fugaz en la zona del tobillo. El tropiezo lo desorientó un poco, no sabía si por el dolor o por lo intempestivo de la situación.
Con las rodillas y las palmas de las manos aún sobre los escalones, se incorporó un poco, dio la vuelta y se sentó cuidadosamente. Lo que observó después le provocaría una tremenda impresión.
Su pie derecho había girado 180 grados sobre su propio tobillo, de tal manera que sus dedos apuntaban hacia su espalda.
Inicialmente pensó que se había fracturado, pero no sentía ningún dolor. El pinchazo había desparecido inmediatamente después del tropiezo, o incluso antes. Probó moviendo el tobillo de izquierda a derecha, adelante y atrás, pero fue hasta que notó que podía mover naturalmente los dedos de sus pies, que ahora se encontraban en el lado completamente opuesto, cuando fue consiente de lo grotesco de la escena.
A simple vista, su pie parecía haber desaparecido, solo se observaba el talón que recordaba a un especie de muñón. Poniendo un poco más de atención, podías ver como se extendía por detrás el resto, incluyendo los dedos.
Había mirado su pie millones de veces a lo largo de su vida, pero ahora le parecía algo completamente desagradable. Largo, delgado y los dedos redondeados que asomaban unos vellos oscuros.
Intentó incorporarse y continuar el camino hacia su segura habitación, pero le fue muy difícil. Perdía totalmente el equilibrio, se sentía desamparado sin eso que hasta hace un par de minutos le otorgaba un soporte natural.
Subió como pudo, agarrándose de la pared totalmente horrorizado. Cuando estaba a punto de pisar el ultimo escalón, sintió un nuevo pinchazo, pero ahora en el pie izquierdo.
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